miércoles, 30 de septiembre de 2020

Una estela serpenteante

AVISO TRIGGERS: Terror corporal, sangre


Se reunió el comité de emergencia en el edificio B, capilla interna, clasificada como un cubículo modular, mal iluminado según las regulaciones, pero aún se dice que la oscuridad y el silencio alimentan al espíritu.

El magister repiqueteaba los dedos contra la mesa de rezo y melancolías, con el labio mordido, mirando a las vidrieras prefabricadas de la sala, entornadas en un naranja crepitante. La mujer misteriosa de cabellos grises fue sentada frente a él. Desprovista de su gorra y abrigo de licencia, parecía una ciudadana corriente.

 

—¿Estáis seguros que esta es la Srta. Juliette Ravenucci? —inquirió el magister con tono impaciente—. ¿No se les parece demasiado vulner-

 

No hubo respuesta audible. Un súbito temblor recorrió el complejo entero. Las tristes bombillas incandescentes dejaron de hacer su trabajo.

 

—Señor —saludó ella—. La Srta. Ravenucci a su servicio. Supongo. ¿A qué viene el encierro, si puedo pregun-?—Siguió otro temblor, seguido de susurros y sudores por parte del comité—. ¡Negro vacío! ¡Menuda noche, señor!

—El universo conspira contra la colonia, hermana. No me andaré con rodeos. Necesito evacuar a las mentes privilegiadas del complejo, antes de que el infierno se nos venga encima. Necesitaremos su nave, sin duda.

—¿Mi bajel? Triste desgracia. No tengo suficiente espacio para todos ustedes. Preferiría terminar mis asuntos aquí y marchando. El calor es insoportable.

 

El magister se puso las manos en la cabeza, como cualquier líder capacitado ante un inminente descenso de la población.

 

—¿Pero qué se cree usted? Ahórrese su discurso burdo. La mano de obra extinguible se está amotinando mientras hablamos. ¿No ha oído los disparos de camino? ¿No siente los temblores acaso?

 

Juliette no desperdiciaba ni un momento para destapar su humor espacial. Se ahorró otra broma de peor gusto. Emergencia al tanto.

 

—Todo va a salir bien, señor Nomeacuerdodesunombre. Pero quisiera saber, ejem, si no hay navíos camino a la colonia mientras hablamos, ante tal emergencia. Estarían ustedes todos más seguros un uno de sus buques insignia.

 

Los temblores continuaron seguidos de un quejido estructural del edificio.

 

—¿Por qué es usted tan inepta? ¿Sabe pilotar su nave, siquiera? No, nuestros sistemas se toparon con su “bajel” viniendo hacia nosotros justo después de desatarse esta debacle. Es imperativo que nos permita embarcar. Está usted delante del personal más imprescindible del Priorato en el distrito. ¿Entiende mi idioma? ¿Necesita una pastilla?

—Caballero, no es necesario que alce tanto la voz. Tenemos buena acústica aquí. Les puedo sacar de este infierno, sin duda. Pero hay mucha gente en este astro…

—Cuando lleguen nuestras naves se encargarán de rescatarles. No se preocupe, son personal prescindible.

 

Juliette se mordió la uña. Se preguntó por qué no había nada que firmar, con tanto protocolo. Seguían los sismos. Una luz volvió. Una de las estatuas religiosas del cubículo amenazaba por caerse encima de un anciano bajito. Desde el pasillo venían gritos e improperios.

 

—Bien, dadas las circunstancias —dijo Juliette— tengo que ayudarles. Tendremos que discutir las condiciones a bordo.

—Estupendo. Lo que no sé es si contar con usted como pilota. A qué venía usted, Ravenucci, a-

 

Alguien clamaba a los dioses en el pasillo, o desde la ventana. Acompañaban disparos y casquillos rebotando por el suelo. Una de las vidrieras se destrozó mientras se abría la puerta anterior. Una señora guardia emergió con su rifle, con el vientre al aire, hecho un flan sanguinolento.

 

—¿Lo han visto? —bufó así le fallaban el aliento y las piernas—. Ah... So-soles…ayuda.

 

La buena guardia feneció ante los presentes. Juliette se levantó de la silla, pero el magister la cogió de la mano. Juliette iba a arrearle un tremendo guantazo, pero un amasijo oscuro cruzó el aire, como una centella, justo detrás del magister.

 

—Usted no va a ninguna parte sin mí —declaró el magister—. No ponga esa cara, no le voy a…

—Eien, estás aquí… —musitó ella, de pronto, en un tono febril.

 

Los presentes, también habían visto la presencia misteriosa. Entonces, una extremidad de carne rosada apareció abrazando el cuello impoluto del magister. Con endiablada fuerza, tiró, haciéndolo desaparecer debajo de la mesa. La cabeza del magister abolló el suelo modular barato de la sala.

 

—Eien… ¿Por qué esto ahora? —preguntó Ravenicci por encima de las voces alertadas de los presentes.

 

La criatura se deslizó por la sala, atrapando al señor bajito y a su señora con sus inusitados miembros. La muerte les venía deprisa. El resto de los imprescindibles cayeron en sumisa desesperación. Varios se aferraban a las paredes. Otros huían a trompazos por el marco de la puerta. Uno buscaba la ventana. Otro, tan confuso, apuntó a Juliette con un pistolón dorado de marca.

 

—Lo siento —dijo Juliette.

 

El individuo se llevo las manos a los ojos, sin soltar la pistola y gritó envuelto en la agonía. La pistola se disparó, hiriéndolo cerca del cuello. Se desplomó, vivo aún, camino a un lento fin. Los imprescindibles no se entretuvieron en abandonar la sala, física o metafóricamente.

Con la mirada clavada en la criatura, Juliette dio medio paso atrás, topándose con la mesa. La criatura saltó, entrando por la primera anchura que encontró en su ropa: la manga de su camisa. Algo cayó al suelo. Juliette respiró profundo, mientras Eien se ponía cómoda. Dos tentáculos le subieron por la nuca, interfiriendo en el sistema nervioso de Juliette.

Eien le dio una visión. Juliette sintió y sufrió un mar de penas en un instante desde los ojos de un hombre. Insultos. Señores con traje. La cerradura de una habitación claustrofóbica. Señores con uniforme. Tratamiento indigno. Señores compañeros de prisión. Improperios. Una plancha de metal al rojo vivo contra su piel. Tortura. Pérdida del juicio. El viento succionador de la muerte.

Y de nuevo, volvió a la sala en la que estaba, con la sensación extraña pero cómoda de tener a Eien como copiloto de su propio cuerpo. Un tentáculo delante de ella le puso un objeto pálido frente a su mirada: la calavera del hombre al que había visionado.

 

—Mark… —susurró, acariciando el cráneo con cariño—. Mark…nos ha dejado. Lo siento, Eien… Por sus creencias... lo habrán matado.

 

Eien dio un estímulo mental a Juliette para se lo quitara de la cabeza y se percatara de lo que había en el suelo. Un rifle de acero, madera y latón.

 

—Gracias por pensar en mí, Eien —dijo Ravenicci, empuñando su arma—. Supongo que no nos queda nada que hacer aquí.

 

Sin perder más tiempo, la señorita y su compañera viscosa se dieron a la fuga, saltando entre guardias muertos. Al salir del edificio, Juliette se dio cuenta del pintoresco estado de la colonia. Bajo ella misma se dibujaban una serie de estructuras de metal montadas en la ladera de una montaña, formando una suerte de aldea. Una construcción relativamente común hasta este punto, dado que se trataba de una colonia minera en un asteroide. El problema, relacionado con la señal de emergencia que el asteroide llevaba emitiendo durante días, era que la capa superior del astro se había abierto, provocando una serie de piroclastos. Parte de la colonia, sacudida por terremotos, yacía en una fosa de material fundido, como chatarra fundiéndose en una planta de reciclaje. Desde allí arriba donde estaba, Juliette no exageraba: el calor era insoportable. Más abajo insurgentes y guardias competían por sus vidas en un campo de batalla infernal, uno en que ni siquiera el suelo era de fiar.

Juliette los maldijo y prosiguió hacia la plataforma de despegue, donde le esperaba su bajel. Al terminar de subir las escaleras, se topó con los imprescindibles supervivientes, aferrados en tropel a una barandilla por algún motivo. Justo delante de ellos, la razón: un grupo de amotinados con armas, con la cariñosa intención de hacerlos saltar. Juliette dio un tiro de aviso.

 

—¿Quién eres tú? —preguntó el cabecilla, con los ojos como platos. No debía esperarse ver a alguien del calibre de la señorita Ravenicci.

—Juliette. Capitana de ese bajel que veis ahí arriba —contestó Juliette, bajando el arma.

 

Eien le mandó otra señal. Juliette gruñó.

 

—Entiendo —añadió.

 

Levantó el brazo para estrecharle la mano al cabecilla, cuando de repente unos furiosos tentáculos emergieron de su manga, y con ellos, Eien entera. Con mano experta, Juliette abrió fuego, hiriendo a dos o tres y se lanzó a la carrera, arriba, mientras el resto lanzaban gritos de terror. No habría más distracciones.

En breve, Eien volaba, o bien parecía flotar cerca de su compañera, ya a pocos metros de la plataforma, donde la el bajel las esperaba, cerrado con llave. Eien se estrujó cerca de su compañera lista para ocupar su sitio de siempre, cuando un chispa fogueó en el pecho de Juliette. Juliette disparó en réplica a quien fuera que le había atacado, pero falló. Era otra guardia.

 

—¡Para!, por lo que más quieras, ¡no me dispares! —pidió la susodicha, tirándose de espaldas  al suelo como una niña indefensa.

—¡Sois unos cobardes asquerosos! —le gritó Juliette, entre otros insultos poco propios de ella, mientras se daba cuenta de la quemadura de su camisa, y que estaba mojada. Mojada de sangre de alienígena. Eien.

 

Eien estaba desplomada justo detrás de ella, como un globo de agua triste.

 

—Por favor. No quiero saber nada. Déjame huir en tu barco. ¡Te lo ruego!

 

Juliette dio dos zancadas hacia la mujer, con los ojos en cerca de blanco. La señora guardia aferró su arma, con expresión truncada. Dos tentáculos surgieron detrás de Juliette, más rápidos que la misma, arrancando el rifle de la guardia. El arma tembló, y se partió en dos estacas. De pronto, la guardia se vio con dos mitades de su rifle clavadas en las entrañas.

Los tentáculos retrocedieron erráticamente de vuelta a su cuerpo. Juliette se apresuró a recoger a la masa gelatinosa de Eien y se abrió camino a la gloria, su bajel, el de ellas dos.

La nave respondió. Con calma, pero respondió, como siempre. En su ascenso, tuvo que atravesar varios aros que la guiaban a un túnel, camino a la parte más alta del complejo, una plataforma de mantenimiento donde la gravedad artificial hacía menos efecto. En dicha zona, Juliette y su nave se toparon con otro tropel de individuos, que una vez vieron el morro del aparato asomar, saltaron encima. Uno de ellos incluso tuvo el descaro de plantarse encima del parabrisas. A través veía a Juliette sacándole un puño.

La pilota inclinó la nave hacia la plataforma de mantenimiento, de donde habían saltado los tipos. Había una docena más allí, guardias y trabajadores mezclados, impacientes por ver si sus compañeros lograban aferrarse a la nave. Sin embargo, ninguno de ellos tenía posibilidades de entrar. Juliette lo sabía con certeza, y ellos probablemente también.

Juliette Ravenucci suspiró. Acariciando de los controles auxiliares del aparato, se aferró a una palanca. Mirando al tipo desesperado que colgaba de su parabrisas, señaló hacia sus compañeros de la plataforma y pulsó el botón.

Los empleados desaparecieron en un estallido justo después que Juliette disparara a un tanque de combustible.

El bajel de Ravenucci y Eien trazó una estela verdosa en una pirueta serpenteante, camino a tierras más afortunadas.




*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de septiembre.


Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 10- Crea una historia que involucre un volcán o cataclismo.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: VIII. Alienígenas 
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1849.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Combustible.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Una estaca.
(10op máximos en total por relato.)



domingo, 31 de mayo de 2020

Llovió acero anoche

El reloj de Emma, sin ajustar durante años, marcaba las 3:02 de la madrugada. Dejó la bicicleta medio estrellada en la hierba, toda mojada, pero no importaba: toda ella estaba mojada. Se sacudió el gorro de punto y se arregló el pelo ante el espejo del móvil. No había mucho que arreglar, así que se apresuró a atravesar la espesura. Era una suerte haber escogido su falda más raída, combinada con los pantalones más viejos que tenía: andar por ahí a ciegas durante la primavera era navegar un mar tormentoso de cardos e insectos.

Así se alejó de la carretera, la luz de una pantalla a lo lejos le guio hasta Amina. Encontró a su amiga sentada de piernas cruzaditas en una esterilla, bien ocupada con sus aparatos. El más destacable era un tubo metálico que apuntaba al cielo, armado en un caballete. La parte inferior tenía un curioso brazo, cuya función era sostener una pantalla.


—Eh, Amina, ¿eso qué es? Es muy chulo.

—Dichosos sean los ojos —desvió Amina, con su voz dulzona—. ¿Cómo estás, cari?


Emma se mordió el labio y dejó que sus cuerdas bucales hicieran el resto: Un gemido con poca nota.


—Pues es un telescopio —se puso a explicar Amina—.  Te pareceré muy inteligente con esto, pero bruh, no tengo ni idea de cómo tira el cacharro. Luego te cuento, pero… ¿ha ido bien camino a aquí? No me has contestado al último mensaje.

—Es que he venido en bici. Sí, bien —se apresuró a decir Emma, aunque recordó un detalle importante.—Bueno… unos cuántos guiris en Willows Road, detrás de la gasolinera.

—Ajá. ¿Tas bien?


Ese "ajá" quería ser de confianza, pero demasiado se notaba la preocupación.


—Sí, sí… —contestó Emma—. Ya te imaginas. Al verme se han parado en seco y se han puesto a observarme en silencio. Pese a sus pintas horribles, no les he bajado la mirada mientras les rodeaba.

—Asco de guiris. Me alegro que estés bien.

—Bueno… no hace falta que… insistas tanto en que estoy bien —repuso Emma, bien incómoda—. De hecho, tú me preocupas más. Estás aquí escondida, y no llevas libro siquiera.

—Eso no es verdad —dijo Amina, echando mano a su enorme tableta verde. Incluso en la oscuridad, Emma se dio cuenta de que nuevamente, era otro dispositivo de marca puntera. Amina deslizó el dedo por la pantalla, mostrando todo tipo de símbolos y anotaciones—. ¡Tengo el grimorio en PDF!


Ambas soltaron una risita.


—Pero Emma, ¿dónde está mi cortesía? —dijo Amina, gesticulando abiertamente—. ¿Un tecito? ¿Pastitas? Siéntate, que no muerdo, diantre. Más soft que eres.

—Ay… voy —se quejó, aterrizando a medida distancia entre las dos—. Me ofreces pastitas, pero no veo nada. Pero no te preocupes, vengo a salvarte. Traigo un saco de hamburguesas de una libra.


Aminie se abalanzó para estrujar a Emma. Emma soltó diversos grititos de agonía adorables.


—¡Mi salvadora! —exclamó Amina—. Sólo tú eres capaz de encontrar tiendas abiertas pese a los guiris. Te quiero un universo.

—Ya, ya —dijo Emma mientras le pasaba un bulto de comida calentito, envuelto en papel comercial no reciclable—. Hablando del universo… ¿Por qué alguien como tú está aquí con un telescopio? ¿Estamos aquí para mirar el cielo como dos enamoradas? Si esto es una cita, me parece un poco cutre…


Amina sonrió, atrapando el paquetito con las manos manchadas de tinta seca. Era todo un alivio contar con compañía en una noche que se apetecía tan ominosa…


—No, es trabajo —dijo Amina, manteniendo el buen rollo—. No te preocupes, sé cómo tratarte bien; si quisiera encandilarte, te invitaría al teatro, bien si estuviera abierto, claro. Ay, estos guiris... Pues, ¿no te has enterado de las noticias? Resulta que ayer cayó una lanzadera espacial a pocas millas del pueblo. Con tantos guiris en esta zona, sospecho que tienen algo que ver. Ya sabes que los guiris tienen costumbres extrañas, como lanzarse al vuelo. Estuve preocupada porque a veces vuelan bastante alto. Sabiendo lo valentones que se ponen por la noche, quise venir y ver si encontraba alguno.

—Me suena esa noticia… pero los guiris no vuelan tan alto, ¿no? ¿Crees que sus vuelos pueden interrumpir el tráfico aéreo? Espera. Has dicho una lanzadera espacial. No puede ser que los guiris ataquen un cohete, Amina. Es absurdo.

—Nada es verdad hasta que se demuestra lo contrario. Por eso he traído el telescopio.

—Ya… supongo que si hay guiris en el cielo, es nuestro trabajo pararles las alas —dijo Emma, con otra risita—. ¿Entonces, había gente dentro de la lanzadera? ¿Se ha muerto alguien? Suena terrible.

—No, era un dron de suministros. Ya sabes, para los que viven en el cielo. Cuando algo les pasa a ellos, siempre es noticia.

—Oh… claro. Champán para los ricos. Me imagino que con esto de los guiris, todos estos millonarios que se compraron suites en la estación espacial deben haberse ido para allá a salvar el pellejo.

—Exacto —confirmó Amina—. Si te acuerdas de la pandemia de 2020, estos imbéciles, de confinarse, saben bien. De carambola les ha venido esto de tener casitas en órbita. ¿Pero sabes? Me siento privilegiada. Tenemos el privilegio de quedarnos en el planeta azul, mientras ellos viven encerrados en una pieza de chatarra glorificada, bien lejos.

—Privilegiada lo serás tú —observó Emma, toda pícara, señalando los enseres de su amiga, incluyendo su hiyab de 250 libras—. Mira este telescopio que te has sacado de la manga, con pantalla inteligente. Mira tu tableta. Yo aún estoy pagando plazos de mi estufita telefónica.

—¡Emma! —exclamó la interpelada atacada—. ¡Me gustabas más cuando eras tímida y calladita! ¡A que te muerdo!


Emmy se tapó la cara, pero se deshizo en carcajadas.


—Aminie, eres un meme —dijo, toda sonrojada—. Sabes que tengo razón. Venga, coge otra hamburguesa, que debes tener hambre.


Amina suspiró con gusto y aceptó. Se reclinó, alzando la mirada hacia el cielo nocturno contaminado.


—Aún falta para que pueda permitirme un chalet celestial —bromeó—. Ay… me alegro mucho de que estés aquí, ¿sabes? Gracias por venir.


Emma emuló a su amiga. No había nada muy interesante en el espacio, no.


—Oye, tú que eres tan lista —dijo Emmy, con la boca llena.

—¿Qué es ahora?

—¿Crees que los millonarios del cielo nos estarán mirando, así como nosotras estamos mirando hacia ellos?

—Estoy segura que las ventanas de sus suites miran todas hacia nosotras, no tengo dudas. ¿Quién querría un piso con vistas a Plutón?

—No sé. ¿Yo?

—Nah —negó Amina—. Prefiero mi hierba mojada y mi hamburguesa de una libra.


Algo no identificado pasó por la mirada de Emma.


—¡Oye! ¿has visto eso? —preguntó, con los ojos bien abiertos.


Amina saltó de la esterilla cual gata ante un pepino.


—¿Qué es, qué? —gimió.


Emma alzó la mano.


—Tres puntos enormes allí arriba. Se mueven.

 

No eran tres, sino cinco objetos de luz brillantes que cruzaban el cielo. La forma en que lo hacían, en línea y a gran velocidad, como un tren, provocaba ansiedad. Era una visión más allá de lo extraño, hipnotizante, tan difícil de interpretar.


—No consigo enfocarlos —alertó Amina, aferrada la lente del telescopio.

—Qué cosas más raras… No pueden ser guiris, ¿verdad? —dijo Emmy.

—¿Más lanzaderas? ¿Pero por qué brillan tanto?

 

Amina hizo esfuerzos para colocar su aparato bien. El telescopio era de su padre y ella nunca había tenido interés, así que cuando decía que no tenía ni idea, era verdad. Sin embargo, quizá más gracias a la suerte que a la habilidad, logró fijarse en el primer artefacto. Era sin duda una especie de nave, con placas solares. El brillo que emitía no era el haz de la propulsión del aparato, sino una aglomeración de pequeñas explosiones que repicaban contra el casco.

 

—Es una lanzadera —comunicó Amina adrenalina—. Creo que está chocando con micrometeoritos y por eso brilla tanto.

—¿Pero por qué van todos juntos? Se ve tan… tan alienígena…

—Lo estoy grabando. Es muy raro, muy muy raro. ¡Espera! ¿Qué?

 

Las manos de Amina temblaban, pero consiguió tener la nave a la vista. Los brillos se intensificaban, y la nave seguía su curso hasta que, de golpe, desapareció.

 

—¡Amina! —gritó Emma tapándose la boca—. ¡Ha explotado!

—¿Pero qué?

 

 Amina guio el aparato hacia atrás, enfocándolo hasta el último punto donde había seguido la nave. Una luz fogosa la cegó brevemente.

 

—No veo… no veo… ¡Oh, dios mío… es verdad! ¡Ha explotado en pedazos! ¡Es casi polvo! Hay una cosa muy grande. Creo que se han chocado. Oh, han vuelto a chocar. Oh Dios, ¡es pura pirotecnia ahí arriba!

—Ahí viene el otro…

 

Emma señaló al segundo artefacto, que al llegar al punto del primer impacto, hizo exactamente lo mismo. Otro gran fogueo cegó a Amina, que tuvo que ajustar el visor para no quedarse cegata. Como pingüinos en fila, las lanzaderas se precipitaron a su muerte, una a una. Tras los choques, se profirieron una serie de explosiones que, en breve, crearon una nube clara y enorme en el cielo nocturno. Bolas de fuego rasgaron las nubes y se precipitaron contra el planeta, así como las explosiones no se detenían, sino continuaban extendiéndose. Emma estaba encima de la esterilla, apretada en un ovillo. Amina soltó el aparato con horror. Con tal brusquedad, se le cayeron las gafas.

 

—Oh Dios, oh Dios… —se exclamaba.

 

La órbita terrestre continuó retumbando en tormenta. Pasaron unos minutos hasta que las chicas recuperaron la compostura.

 

—¿Emma…? ¿quieres que te diga algo… preocupante?

—¿P-por…? —titubeó Emma—. ¿Por qué lo dices así?

—¡No tengo internet!

 

Emma se levantó la falda para encontrar el bolsillo de sus pantalones. Desbloqueó el móvil y vio siete mensajes: uno de Amina, tres de su madre, tres de su ex. Descartó las notificaciones y comprobó lo mismo que su amiga: nada de internet. Entonces las dos se estremecieron ante un trueno de lo más agudo: más artefactos cayendo del cielo. Emma sacudió la cabeza, confusa y aterrorizada, hasta que se dio cuenta del aliento de Amina, muy cerca.

 

—Emma. Vámonos. Tengo mucho miedo.

 

Emma llevó a su amiga hasta la bici y la llevó hasta el pueblo. Ambas procuraron no mirar hacia arriba. Se despidieron con un frote de manos nervioso. La aventura llegó a su fin. Emma se apresuró a casa, trotó por las escaleras con la bicicleta a cuestas, abrió y se encerró en la habitación sin tomar ningún reparo en nada. La noche siguió su caos imparable.

Se despertó a las 7:41 adolorida encima de la silla de su escritorio. Fue una vibración familiar que la despertó. Amina. Tenía cinco SMS encadenados en un texto bastante largo:

E m m a .  N o  m e  p e g u e s ,  p e r o  n o  m e  f u i  a  d o r m i r .  M e  f u i  a  l a  p o l i c í a  c o n  e l  v í d e o  d e l  t e l e s c o p i o .  E n  b r e v e  m e  p u s i e r o n  a  h a b l a r  c o n  g e n t e  r a r a ,  u n  c i e n t í f i c o ,  y  t i p o s  d e  l a  T V   ¡ p o r  r a d i o ,  n a d a  m e n o s !  D i c e n  q u e  l o  q u e  h a  p a s a d o  e s  e l  s í n d r o m e  d e  K e s s l e r .  L a  e x p l o s i ó n   h a  e n c a d e n a d o  v a r i a s ,  c a d a   u n a  g e n e r a n d o  m u c h a   b a s u r a  e s p a c i a l ,  m i c r o m e t e o r i t o s  ,  q u e  p o r  f í s i c a  s e  a t r a e n  u n o s   a  o t r o s .  E s o  e s  l a  n u b e  q u e  v i m o s  e n  e l  c i e l o .  L a  n u b e  s e  e x t i e n d e  y  e s t á  d a ñ a n d o  t o d o  l o  q ue   p i l l a ,  s a t é l i t e s . . .   y  s e  c r e e  q u e  l o s  d e  l a  e s t a c i ó n   e s p a c i a l  e s t á n  e n   p e l i g r o .  M i e n t r a s  t a n t o  m e  h a n  a s e g u r a d o  q u e  n o  h a y  t e l e ,  y  a p e n a s  c o b e r t u r a  d e  n a d a .  C o n  s u e r t e  t e  l l e g a  e s t o .  Q u é d a t e  e n  c a s a ,  p e r o  s e   a v e c i n a   m u c h o  t r a b a j o .  V i g i l a  p o r  l a  n o c h e  p o r  s i  l o s  g u i r i s .  B e s o  x


La paranoia afectó al público, así como la órbita terrestre continuaba su remolino de destrucción. Sin tele ni internet, e ignorando la amenaza de los guiris, la gente se lanzó a las calles de nuevo. Efectivamente, para Amina, Emma y el resto de hechiceras de la noche esto supuso arduo trabajo.

No habría más noticias de la estación ni vuelo espacial en mucho tiempo.



*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de mayo.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 5- Escribe un relato basado en un dato o avance científico.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: II. Brujas/Hechiceros.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1985.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Placas solares.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Un desastre natural.
(10op máximos en total por relato.)


jueves, 30 de abril de 2020

¡Chispas, amiga, chispas!


Ah, el baile. Esa extraña situación en que los estudiantes, bien conocidos entre ellos, se deshacían de sus preocupaciones para concentrarse en otra tarea más forzada: pasar de compañeros de estudio a compañeros de fiesta. Costó su tiempo, pero una vez rotos los nervios, las juventudes de la escuela se entregaron a la risa y el goce. Los adultos, por su parte, gracias al placer privado del alcohol, habían dejado de ser jueces agobiados, incorporándose a la velada.

La pieza musical principal había sido un éxito, y con esto, el acto estaba oficialmente terminado. Ya nadie estaba moralmente obligado a bailar. Sin embargo, cada estudiante ya se había fijado en su bailarín preferido, y dado que la música seguía, se presentaba la ocasión de sacar a bailar a los más guapos. Por supuesto, se hizo un caos. Pocas parejas de baile nacerían en aquel entuerto, pero todos tenían presente que lo importante era pasarlo bien.

¿Quién diría que entre tantas almas dichosas, se escondía un corazón ensombrecido? ¿Quiénes eran ignorados y a la vez el foco de atención? No cabía duda: los músicos. Pero incluso ellos, meras piezas en el todo, estaban embriagados por el éxito de la velada. Y Pera, el violinista, habría sido uno más contaminado de alegría, pero no fue así. El chico estaba ofuscado por una simple razón: Su novia de dos semanas, Arándano, había caído enferma, y no le quedaban ni salud ni humor para asistir a la fiesta.

Doblado sobre el taburete con sus mejores galas y una rosa negra en el pecho, Pera posaba con un tono dramático, bañado en la soledad, si bien no había nadie fijándose en él: El saxofonista estaba de pie, marcándose un baile improvisado.  La pianista, meciendo su cabeza de lado a lado, canturreaba a su aire. El dúo de percusión sudaba fuego, incansable. Las cantantes, dos sirenas, se habían ido a acompañar a la profesora de música; bien borracha ella. En resumen, para Pera, la solemnidad del grupo pendía de un hilo. Él, lo que quería, era pensar en su querida Arándano. Ni siquiera le dejaban perderse en la melancolía con tranquilidad.

De hecho, Pera estaba empezando a rendirse. De un momento a otro, iba a dejar de tocar. No importaba. Aquella noche se había preparado a conciencia para ella, Arándano, la fuente de su pasión. Pero decidió pasar otra página al libro de partituras. Una canción de más, qué más da. Se caló el violín un poco más arriba en el hombro, y a tocar. Era una parte con un ritmo mucho más calmado que casi se le antojaba.

Así seguía por la sexta estrofa hasta que se dio cuenta que se estaba mordiendo el labio. Se rompió su trance. Había algo extraño de nuevo. Revisó media página en un segundo. ¿Había pasado dos hojas sin querer? Su corazón dio un tumbo. No. ¿Entonces, qué diantres le estaba atacando los nervios? ¡El tempo! La canción no había empezado tan rápida. ¿De quién sería la culpa…?

Se giró hacia sus compañeros. Fresa, al mando de la caja de percusión, rechinaba los dientes, con los ojos clavados en Naranja, la tamborilera. Y Naranja, con su sonrisa diabólica, aporreó su instrumento con un ritmo catastrófico, obligándole a él, al saxo y la pianista redoblar los esfuerzos —aunque la pianista era una virtuosa; no se daba ni cuenta—. Entonces Fresa, tras ajustarse las gafas de sol, redobló su ritmo. Era una declaración de guerra. Naranja, aún limitada por las ballenas de su corsé, aceleró una vez más. Y Fresa, por supuesto, no se dejaría intimidar.

Los invitados tampoco ignoraron el hecho, pero para mayor desgracia, se adaptaban al ritmo salvaje sin problema. ¡Seguían bailando, entre carcajadas, sin siquiera tomar aire! A Pera se le vino el sabor de la sangre a la boca: él mismo se había herido el labio. Maldijo a la estúpida mafia de percusión. Volvió a su partitura, sabiendo que en breves momentos le esperaba un ataque de notas cortísimas. Se desmelenó como queja, pero nadie lo seguía. Miró a su profesora con desespero, pero ni siquiera ella se daba cuenta, atendiendo a los numerosos pretendientes que rodeaban a las cantantes. La canción corría peligro de muerte.

Se levantó al ataque: tenía que salvar a la banda de la humillación. Pero lo hizo sin cuidado, enviando a volar su propio atril. Adiós a su partitura de referencia. El triste artefacto rebotó cuatro o cinco veces, captando toda la atención de la sala. Medio encorvado, se vio atravesado por un millar de miradas. Pero los diablos de percusión eran imparables: ¡proseguían con su batalla de ritmo, los muy idiotas!

Pera podría haber pensado en mirar la partitura del saxo, o incluso recoger la suya del suelo. Pero la rabia lo llevó a encarar a la percusión. Se irguió, con la flor del pecho bien arriba, y les clavó la mirada, con desprecio. Fresa quedó muy confuso, en una de esas sonrisas culpables de foto. Naranja infló los mofletes, dejando claro que le daba igual, y siguió con su bravata, repiqueteando.

Y el violín le contestó, adaptándose al ritmo. Fresa siguió elevando, pero con menos ahínco. El resto de la banda hizo lo que pudo para seguir. Pero Naranja continuó a la guerra, dispuesta a arruinar la canción. Pera, ultrajado y aún desprovisto de la partitura, enarboló su instrumento. Lo hizo con volumen y precisión. Su torso vibraba con la lluvia de notas, un sinfín en el que cada segundo se le hacía eterno, pero la rabia lo impulsó adelante. Se vino tan arriba que hasta la pianista se despertó, y al final Naranja tuvo que sudar para seguirle el ritmo. El público estaba traspuesto.

Terminado el solo de Pera, terminó la canción. La banda quedó agotada, excepto las cantantes, claro está. Pera se volvió, mudo entre aplausos. La interpretación a ritmo libre les quedó perfecta.

Manzana, el mejor amigo de Arándano, fue el único que había seguido la batalla entera con atención. Lo había grabado todo. Al día siguiente, tendría que contarle dos cosas a la pobre Arándano: Lo primero, el relato de las chispas que saltaban entre Naranja y Pera. Lo segundo, que con ese solo tan apasionado, Manzana se había enamorado de Pera. Pero, a fin de cuentas, Arándano estaba enamorada de Pera solamente por lo bien que le quedaba el traje…




*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de abril.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 8. Escribe un relato sobre un baile.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: Sirenas.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1058.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Flor.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Ballenas.
(10op máximos en total por relato.)

sábado, 7 de marzo de 2020

La tribulación de los amantes ahorcados


La llave se quedó bloqueada en el intento de girarla. Los días inusualmente frígidos de aquel otoño le estaban pasando factura, y las cerraduras más antiguas, de costumbre artesanal, mostraban problemas cada vez más a menudo. La dama Lune se maldijo por permanecer encallada en un pueblo con tanta historia. Llena de nervio, se puso a forcejear sin aparente éxito. Se acordó de exhalar, por primera vez en minutos. Era evidente que el peso del conflictivo día estaba a punto de vencer.

Crujió las manos y aferró la tonta llave de nuevo. Su puño de puntilla, blanco puro, contrastaba con el negro herrumbroso de la anciana puerta. Siguió un crujido ancestral, abriendo su paso, pero la llave no sobrevivió. Otro problema del que ocuparse.

La procesión de escaleras se le hizo conflictiva, como si fuera la primera vez que las subía. Lune conocía los peligros de su trabajo y los enfrentaba de forma confiada. Aquella noche, sin embargo, oscuras consecuencias habían cambiado su perspectiva. Emprendió los escalones despacio, cuidando el silencio, demasiado alerta de cada imperfección, demasiado consciente de las tinieblas que nublaban su vista. El enemigo, al fin y al cabo, estaba en su casa.
Como esperaba, la única luz en su camino provenía de la entrada al salón de máquinas, entreabierta. Era un crepitar azul pálido, difícil de acostumbrar la vista. En un cúmulo de sentimientos adversos, Lune paró. Abrazando el ultraje, se precipitó adelante.

­—Escalas la torre ignota, caballera, buscando a tu princesa de cabellos lacios. Poco esperabas que sentado, jocoso, encontrarías al mismo diablo, sentado en su prohibido diván de cachemir.

El corazón de Lune dio un vuelco inesperado. Las palabras, vanidosas y confusas, provenían de Malva, una mujer natural del mismísimo infierno. De hecho, era ella misma la que estaba recostada en el diván. Como cada día, le esperaba con una sonrisa cómplice, lista para escuchar sus pesares. Sin embargo, dado el momento, Lune quedó atrapada en su mirada. Era quizá el primer momento en el que se fijaba en sus complicados, inhumanos ojos acompañados de imposibles pestañas de bailarina.

Nada de esto era raro en un ser demoníaco, es decir, alguien con control sobrenatural sobre su aspecto. Cada extremidad, cada músculo, cada caída de su traje comunicaban tanto como cada palabra. Buscando sus cabales, la dama se dio cuenta por primera vez: El gesto de Malva, confiable a la vez que fresco, era, a totales efectos prácticos, una perfecta cara de póker. Lune, simple humana, se encontró a sí misma estrujando su reloj de bolsillo. Malva estaba jugando con ella. Sin ninguna duda.

—Por favor, doña Lune, no le preste la menor atención. Malva está hoy de un humor nefario, especialmente irritante. Tiene a Belial en los labios.

Lune encontró cierta paz en el comentario de Seraph, su amable compañero. Si bien era otro demonio, él representaba todo lo contrario que Malva definía. Seraph era dotado de una gran memoria, y se encargaba de operar los aparatos de escucha del faro. Lo hacía veinticuatro horas al día, sin descanso.

—Tengo que agradecer —respondió Lune— la compañía de alguien cuerdo y solaz después de otro día confraternizando con el enem—

Un crujido la interrumpió. En su mente se dibujaron huesos y carne cediendo a la fuerza de una locomotora. Era Malva, mordisqueando descuidadamente la pata de un cangrejo.

—Estos… crustáceos —empezó con la mandíbula aún ocupada— tienen un sabor dulzón, que encuentro ofensivo. Quizá la próxima vez que tenga que pescar estos penosos seres los procesaré al estilo humano: hirviéndolos hasta la muerte. ¿No es así como los cocináis, Lune? Luego diréis que sólo los diablos son perversos…
—No pruebes entonces las gambas —respondió ella, cortante.
—He oído que las descuartizáis y les extraéis las extrañas por la cabeza, usando la lengua. Qué vileza.
—La verdad es que no aguanto tus obscenidades, Malva.
—No mientas —contestó la diablesa—. Te encantan. Todo lo que me representa te encanta. Y así debería ser. Somos familia.

Lune sentía como si alguien le tirara de los pulmones. Sentía frío. Sudor. Estaba sufriendo.

—Doña Lune. ¿Por qué no se sienta? —invitó el educado Seraph. El contraste entre ambos demonios la estaba volviendo loca. No sabía qué clase de invitación era aquella.
—Para empezar, no nos une ningún vínculo de sangre —balbuceó Lune, intentando mantener el temple—. A-a propósito, hablando de sangre…

Lune desenvainó su arma reglamentaria. Metro y medio de hoja, blanca y delgada como su uniforme, salvo que corrida de un líquido carmesí. La espada rasgó el aire, llorando los rubíes sobre la alfombra y el suelo. Lune conocía la predilección de los demonios por la sangre humana.

—¿Y esto, Lune?  —preguntó Malva, con su faz invariable—. ¿Una ofrenda?
Lune hizo ademán de toda la profesionalidad que le quedaba.
—He tenido que ensartar a uno de mis compañeros de trabajo porque se estaba acercando al faro con afán de investigarlo. Hoy han tenido noticia de la desaparición de dos jóvenes amantes. Diversos testigos han dicho que se dirigían al faro. Conociendo la situación en la que nos encontramos, os veo muy tranquilos.
—Perdón —dijo Seraph—. Me hallo sorprendido. La vejez cuartea mi expresión. ¿Dice usted que los jóvenes han desaparecido cerca de aquí?

Lune, agente doble del ejército luciano, estaba infiltrada en la policía golesa. Junto a los dos demonios, llevaban cinco meses alojados en el faro en una misión de espionaje. Seraph tenía una red de escucha que conctaba los edificios más importantes del pueblo. Malva realizaba tareas de infiltración y asesinato. Lune tenía el trabajo con más presión psicológica, recabando información de la policía y el ejército mientras trababa amistades falsas con los lugareños. Trabajar con demonios no era nada fácil, pero confiaba en ellos. O eso creía. Por primera vez lamentó su decisión al aceptar la misión. La desconfianza le erizó el vello, cosa que Malva notó.

—No nos precipitemos —advirtió Malva—. He sido yo.
—¿Perdón? —dijo Lune, lacónica—. Te ruego que te expliques.
—Querida Malva, sólo el derramamiento de sangre podría explicar ese irritante buen humor el día de hoy —añadió Seraph.

Lune no quiso creerse que Seraph no se había enterado.

—La espada alzada te dota un aspecto solemne, Lune. —dijo Malva, secándose con un paño—. Pero no querría que eso agotara tu eficaz brazo. Como bien nuestros eficaces enemigos han averiguado, una joven pareja ha desaparecido en los alrededores del faro. Los curiosos humanos, me encanta cuando son curiosos, pretendían trepar el faro, para cortejarse. Aunque sabía que alguien los echaría de menos, me he servido de mi código personal y los he ahorcado en dos árboles gemelos.
—Los has… —comenzó Lune.
—Y he observado todos sus retorcimientos mientras se ahogaban. Poesía catártica para nuestros ojos, Seraph. No te lo he contado porque no quería que me envidiaras.
—Eres presente que esas muertes nos ponen en peligro —anunció Lune—. Lucia no debe descubrir nuestras verdaderas lealtades. Creía haber insistido en lo grave que sería que destaparan nuestro espionaje.
—Eso nos daría por fin la oportunidad de reducir esta deliciosa ciudad a cenizas. Una diablesa sólo puede aguantar un tiempo limitado sin derramar sangre, ¿lo sabes? Aunque los humanos tampoco. La guerra estallará pronto, sea culpa de esto o no. Todos somos hijos de Dios.
—Malva miente —denunció Seraph—. No tengo, ni he tenido nunca intención de tomar vidas en mi servicio. Malva, has asesinado a los jóvenes intencionadamente.
Escuchando esto, Malva se enderezó poco a poco, con los ojos clavados en Lune. Cuando quedó erguida una bocanada de aire emergió de ella misma, azotando las llamas azules. Sus ojos rojos resplandecieron en el oscuro instante. La hoja de Lune tembló.
—Tan intencionadamente como la nívea Lune con su compañero guardia.
—¡Ya está bien! —sentenció Lune—. Voy a preguntar esto sólo una vez: ¿A quién rendís pleitesía? ¡Dímelo, Malva!

La sonrisa perenne de Malva por fin se borró.

—A mí misma. —dijo, grave— Y luego a Gol.
—¿Y usted, Seraph?
—Primero, a mí mismo. Segundo, a Gol.

La vista de Lune se volvió borrosa de pronto. Ella misma juraría que le faltaba aire para respirar. Entonces vio que Malva daba un paso adelante.

—Has visto antes cuando los demonios se desatan —dijo—. Si me lo propusiera, podría destruir el pueblo entero. La tierra se abriría, dando paso a la fuerza primigenia, liberando todo su calor. El barrio del mercado caería al vacío, ahogado por el río y parte del mar, justo antes de convertirse en un vapor que haría a las gentes arder como cangrejos en la olla. El castillo se dividiría en dos, dejando sólo en pie la torre del homenaje. Desencadenaría los astros, trazando hermosas garras de fuego en el cielo. Imagina los aerolitos perforando la torre. Cuidarías de no parpadear mientras su histórica vista desaparece para siempre. Sí, y luego apagaría las llamas, y los dejaría tranquilos durante una hora. Los supervivientes, confusos, saldrían a lo que quedaría de la calle. Entonces una plaga de gaviotas, enloquecidas, caería sobre ellos para despojarlos de sus entrañas. La guardia, con su edificio intacto, se organizaría. Entonces yo misma me mostraría ante ellos, tus compañeros. No para gozar exterminándolos, sino para observar el humo y la sangre ensuciar sus hermosos uniformes. Uniformes como el tuyo, Lune.

—Malva… eres… —balbuceó Lune.

Malva se colocó a apenas un dedo de la espada de Lune. Ahí se quedó, en silencio. Durante todo su discurso no había batido las pestañas siquiera. Su expresión se suavizó de golpe. Su brazo tembló al acercarse a ella, mientras sus ojos se entornaban en lágrimas. Un resplandor breve nació justo encima de su cabeza: por breves instantes, se reconoció claramente un anillo dorado. Un halo agrietado. La sustancia más pura que Lune había visto en su vida.

—Pero yo… nunca podría hacerte algo así —gimió Malva.

La espada de Lune se desplomó, pero no tan fuerte como su integridad. Si la hubieran apuñalado por la espalda no se hubiera sentido tan agazapada. Se veía a punto de caer de rodillas.

—Poesía catártica —apreció Malva. Y se puso a reír, despidiendo sus lágrimas de cocodrilo. Lune, sin embargo, notó cierto rubor en sus mejillas.
—Malva, Cupido no habría sido capaz de replicar tal deleznable e indecoroso teatro —dijo Seraph, sin arquear una ceja.
—Ha sido memorable —dijo Malva—. Pero… estimada Lune. Mi intención en colgar a los enamorados fue mostrarlo como un suicidio doble.

Ambos demonios esperaron la respuesta de su compañera. Lune estaba quebrada, aún sin palabras.

—Una decisión sensible, después del error del asesinato, Malva. Pero ahora nos enfrentamos a un problema mayor. Un guardia ha muerto esta noche. Doña Lune. ¿Necesita un momento para componerse?
—No. Estoy de servicio —intervino Lune. Mentía—. Necesitamos un plan. Persuadiré a la guardia para que me dejen el caso a mí, aunque no podré evitar una investigación a mayor escala, si ha muerto un guardia. Desastrosamente, nos veo ciñéndonos al plan B.
—¿Está segura? —preguntó Seraph.
—Sí. Si encuentran nuestro equipo de espionaje será el fin de vuestra seguridad. Y si os encuentran, será el fin de este pueblo. Nos mudaremos a la posada bajo las termas Piano. Lo siento.
—Ven a sentarte, Lune —dijo Malva, tendiéndole la mano—. Estamos contigo. Pase lo que pase, ningún peligro puede matarte con nosotros como aliados.
—Es cierto. Los demonios no desfallecemos ante las crisis —asintió Seraph—. Si ordena que nos mudamos, nos mudaremos.
—Gracias.
—O… podemos reducir el pueblo a cenizas —dijo Malva, suprimiendo una menuda risa.
—Malva, te voy a encerrar en la iglesia.
—¿Junto a ti?
—Malva, por favor.


*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de marzo.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (10op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 7. Cuenta una historia marítima o que involucre un faro.
(+2op) Objetivo secundario 1. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Cuentos y leyendas”: Rapunzel.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: Demonios.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1930
(+1op) Incluir un objeto oculto: Un cangrejo.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Una gamba.
(+1op) Cumplir todo lo anterior da un punto extra.
(10op máximos en total por relato.)

miércoles, 26 de febrero de 2020

Alf y la tentación del juego +18

Era un viernes normal y Alf volvía de la escuela. Alfredo era su nombre completo, y, por supuesto, no le gustaba. Vamos a llamarlo por su nick, tWenty.

Como todo viernes, tocaba entrar online como tWenty y (¡por fin!) poder jugar al Forti con tranquilidad. Sus padres estarían fuera toda la tarde. Era el mejor momento de la semana.

tWenty tiró su mochila con el bocadillo a medio comer aún dentro e hizo lo mismo con su abrigo. Saltó encima de la silla reclinable gamer de su padre listo para disfrutar del gran PC top specs un viernes más.

Pero aquella tarde, en aquella mesa, había algo más. Era una caja con un videojuego… nuevo. tWenty, con los ojos como platos, acarició su plástico con deseo y un poco de miedo, como si fuera a ensuciar un diamante con los dedos sucios. Era nada menos que CRITICAL STRIFE, el oscuro juego de acción que no paraba de salir en todos los anuncios, incluso en las tabletas de la escuela.

En la portada, el héroe, medio monstruo, con garfios en las manos, desgarraba el aire con una especie de magia morada, todo esto rodeado de disparos de bala, por todo. Qué pasada. Abajo a la derecha, en rojo, amenazante, un cuadrado peligroso pero tentador: +18.

tWenty tenía clarísimo que el juego no era para él. ¿Pero quién le impediría poner el disco en la consola y probarlo un poquito? Sí, un poquito… Sólo para poder contarle a sus amigos lo brutal que es la experiencia CRITICAL STRIFE, offline, solitario y letal.

Así que tWenty abrió la caja, disfrutó del dibujo del disco un momento, y lo puso. CRITICAL STRIFE, animado en verde, llenó la pantallota profesional. Pulsó el start y creó un perfil nuevo. Tendría que borrarlo luego, por supuesto. Estaba prohibidísimo jugar a masdieciochos. Y jugó.

La escena inicial era toda una pasada. Tenía toda la acción en sus manos. El arma del personaje brillaba al conectar un ataque, y la movilidad… qué movilidad. Pim, pam.

El juego no era extremadamente gore. Se preguntó qué lo haría +18. ¿Habría palabrotas? Lo vería pronto. Así llegó a una parte menos de luchar, más puzle.

Lo que vino luego no le gustó tanto. Era una escena muy larga, en la que el protagonista tenía que hablar. Un poco complicado todo. tWenty estaba seguro de estar equivocándose en cada decisión que le saltaba en la pantalla. La cosa es que… los personajes empezaron a hacer cosas raras. tWenty empezó a machacar botones, pero no había forma de pasarlo. La escena era super lenta, y los personajes se miraban de forma extraña.

Lo que vino después en pantalla fue difícil de procesar. Era una mezcla de música rara, una cámara incómoda… Y ser incapaz de hacer nada. tWenty se sintió frustrado. No podía hacer nada, nada más que ver lo que ocurría. Era oscuro, sucio, extraño. No paraba de venirle a la cabeza que algo estaba MAL. Como si estuviera abriendo una hucha prohibida, y que dentro de ella, en vez de dinero, hubiera una masa asquerosa y podrida. Sí, asco. Era asco lo que sentía.

Tras mucho rato bloqueado y poniendo caras raras, tWenty empujó la silla gamer. Estaba todo siendo demasiado raro. Pulsó el botón home, sacando el menú de la consola, y pensó. La semana pasada, Mamá hablaba de que el juego Bash, la tradición de jugar todos los sábados en familia, se estaba volviendo aburrido. Así que Mamá propuso descargar contenido adicional para el juego, un DLC, con el que añadieron nuevos personajes. En resumen, que Bash volvió a ser divertido para todos.

¿Y si conseguía un DLC para CRITICAL STRIFE? Entonces sería más divertido, ¿verdad? tWenty abrió el menú de la tienda. En efecto, había un “megapack de fundador” muy chulo a la venta. Leyó:
Nuevos niveles, 34 canciones nuevas, 13 armas nuevas, incluyendo una motosierra…
El vídeo de la motosierra era una pasada. Bum. Le dio a comprar. Los datos de la tarjeta de Papá estaban puestos, así que no hubo problema.

tWenty volvió al juego. La misma escena. La misma estúpida escena. Abrió menús, pulsó botones. Nada sirvió. Quería saltar directamente al contenido especial del pack, pero no pudo. Alf se mordió el labio y apagó la consola. Sacó el disco y lo dejó cuidadosamente dentro su caja. Acto seguido encendió el PC, se olvidó de CRITICAL STRIFE y siguió como cualquier viernes normal.

La mañana siguiente, tWenty tuvo taller en la biblioteca. Nada le impidió gozar de la popularidad mientras le contaba a sus amigos la gran escena de acción inicial del CRITICAL STRIFE. Sus amigos y amigas le tenían envidia; se lo decían sus caras. Por supuesto, nunca dijo nada de la otra escena.

Al volver a casa, tWenty tiró la mochila (con el bocadillo a medio comer otra vez). Sus padres estaban en el salón, hablando. Les ignoró hasta que oyó a su madre decir la palabra STRIFE.

—Pues sí —continuaba Mamá—. La conversación, muy interesante, pero tiene todo un toque de terror que me ha puesto bastante nerviosa. Vaya forma de mezclar posibilidades.
—Hablando de posibilidades —dijo Papá—, lo del DLC, vaya estafa.
—Pues sí. Cuando pille a Alf, se va a enterar de la que es buena. La que ha liado, el señorito.
tWenty se escurrió por la puerta directo a su habitación. Pero no fue sigiloso. La reprimenda que le cayó fue épica. Ambos estaban enfadadísimos.
—¿Pero tú sabes lo que has hecho? —gritaba Mamá—. El DINERAL que te has gastado en la tienda, ¿Alf? Seguro que ni siquiera has mirado el precio del pack. ¿Te digo cuánto dinero le has quitado a tu padre? Trescientos. Trescientos euros. Tú que sabes, haz las mates: ¿Cuántos meses de tu paga son trescientos euros?

tWenty estaba totalmente entre la espada y la pared.

—TREINTA MESES, HIJO, TREINTA MESES —aclaró Mamá.
—Muy mal, Alf —atacaba Papá por el otro lado—. Lo hemos tenido todo muy libre para ti siempre. Hemos confiado demasiado. A partir de ahora, pondremos restricciones con toda tu electrónica.
tWenty se dejó caer de rodillas, como el dramas de Esechwe, en Bash. Le iban a hacer lo que les hicieron a todos sus amigos: Control parental. Pensó que ese momento nunca llegaría, que sus padres eran diferentes.
—Mira, yo tenía muchas ganas de jugar al CRITICAL STRIFE —confesó Papá—. Pero para darte ejemplo, yo tampoco voy a jugar.
—Ah, pues yo sí que pienso jugar. No voy a no hacerlo por su culpa. Vete a tu cuarto —sentenció Mamá.

tWenty se encerró en su cuarto, estiró de la cortina a lo burro y se tiró a la cama, como un clavo. Hacía muchísimo desde que sus padres se habían enfadado tanto.
El pobre pasó el día en la cama, con la cabeza en bucle. A paso de las horas se tranquilizó e intentó portarse bien.

Al día siguiente, todo estaba un poco más tranquilo, pero el recuerdo de los trescientos euros gastados seguía en la habitación, como un aroma malvado. Al salir del baño, se encontró a sus padres en el salón, de nuevo hablando de CRITICAL STRIFE, comentando la horrible escena. Lo atrevida y oscura que era. Cuando se dieron cuenta que tWenty estaba con ellos, se callaron. El silencio era demasiado incómodo, así que se largó a su cuarto de nuevo.

Ahí recordó la escena. Estaba ahí vivísima en su mente, y por culpa de lo que hablaban sus padres le volvió a la cabeza. Al pobre volvió a entrarle asco y esa sensación de que estaba haciendo algo prohibido. Algo MAL. Una parte de él había dejado de ser un niño. Buscó las palabras. Un trauma. Sí. Se sentía to’ trauma.

Durante la cena, la cosa estaba más tranquila. Sus padres conversaban de diversos temas no muy interesantes otra vez, mirándolo de reojo de vez en cuando.

—¿Alf, no comes? —preguntó Mamá.
tWenty, o Alf, estaba aún asqueado. Totalmente en bucle.
—¿Sabes, hijo? —dijo Papá, en tono dulce—. Hoy quería jugar a Bash. Pero sin ti no es tan divertido. No sabes lo que me gusta quemar el estrés haciendo Bash, con Mamá y contigo, cada sábado, después de la semana de trabajo. Sobre todo, contigo.

—Me voy a mi cuarto —dijo tWenty.

Fue una noche horrible. No sabía cómo, pero se sentía desplazado de su familia, como existiendo en otro mundo. Su cabeza estaba una vez más en bucle. Sin embargo, ya no pensaba en la escena fea, sino en lo MALO de su atrevimiento. No de lo que había visto, sino el impacto en su vida. Durmió lo que permitió la oscuridad de su mente.

Y así se hizo domingo. Cansado de su habitación, tWenty se dejó pasar por el salón. Mamá estaba medio dormida con sus manualidades, y Papá estaba aburrido dándole vueltas a un pasatiempo del periódico. UN PASATIEMPO DEL PERIÓDICO. Vamos, lo que papá no hacía nunca, nunca, nunca. Era como lo máximo de lo aburrido. Eso provocó una risita en el chico.
Papá estiró la mano y le revoloteó el pelo.

—Sabes, Papá… me gustaría hablar de CRITICAL STRIFE… Pero no de lo que compré… sino lo que hice en el juego.

tWenty había estado practicando esa frase en su cabeza un rato. Por fin abrió su corazón a sus padres. Fue difícil encontrar las palabras, pero consiguió contarles por qué estaba tan raro durante la cena anterior. Les contó incluso que llevaba dos días con la cabeza en bucle.

En verdad, la escena del juego no era tan terrible. Papá le explicó que tenía cosas adultas, una trama oscura muy seria, y un toque de terror. Sin embargo, no era ideal para un niño de su edad. Papá entendió, que era todo demasiado feo y demasiado raro para que tWenty lo procesara. Lo peor es que, según Mamá, las cosas raras no hacían sino empeorar al avanzar en el juego.

—Ya jugarás cuando seas un poco más mayor. Si quieres incluso te explicaré qué significa cada cosa —dijo Papá—. No te preocupes. ¿Vale, sosín?
—Papá, Mamá.
—¿Sí?
—¿Jugamos a Bash?
Ya volvió el silencio incómodo.
—¡Por fin! —dijo Papá, tirando el periódico con intensidad, como si fuera la mochila de tWenty al llegar a casa.

Por desgracia, los videojuegos +18 no son mentalmente agotadores como CRITICAL STRIFE. La mayoría de ellos tienen acción y aventura a raudales, haciéndolos muy atractivos para los niños. Nunca debería aislarse a un niño con sus aficiones, incluyendo especialmente el contenido audiovisual y de pago electrónico.

Como padres y tutores tenemos la responsabilidad de acompañarlos y apoyarlos en cada aventura, siempre informados del contenido adecuado para cada uno. Los videojuegos y la tecnología son herramientas entretenidas y útiles para toda la familia, no una excusa para dejar a los pequeños solos.

El protagonista de esta historia es un chico de diez años. Pero podría haber sido una chica de seis, o un chico de doce. Los videojuegos son una afición variada e interesante para todos, TODOS, los públicos, como la literatura y el cine. Disfrutemos de ellos un entorno agradable, no lo hagamos uno extraño, prohibitivo y lleno de prejuicios.


*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de febrero.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (6op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 1. Escribe un cuento con enseñanza.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1854
(+1op) Incluir un objeto oculto: Un clavo.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Una canción.
(10op máximos en total por relato.)

viernes, 10 de enero de 2020

Operación “YITH” – Grabación de la imprenta consciente de la Cabo Yrsi Chácas


Reintentando enlace.
Reintentando enlace..
Reintentando enlace…

Enlace reanudado. Aparato operativo. Acoplado.

Huésped: Cabo Yrsi Chácas (UNX).

La huésped muestra constantes vitales. Añadimos que está consciente y en actividad física. Iniciamos la traducción de la imprenta consciente. Entrada sensorial de audio disponible.

HUÉSPED_CONSCIENTE:
La superestructura está hecha polvo. No se van a mover. Esos cabronazos se lo merecen. Voy a matarlos a todos. Calma. Miro atrás, hacia el globo. Cada vez hay más basura aglutinándose en la estratosfera. Lo escarchan manchas de ascuas: minimeteoritos. En fin.

Vamos a acercarnos a esa sección marcada por el brillo de la sirena. Allí habrá una escotilla o una sección abierta. Y la hay. Operativa. Estampo mi puño en el dispositivo de entrada. La puerta se abre. Ni que fuera tan fácil en la academia, qué cojones. Agarro los marcos y me impulso con las piernas adelante, ya con la pistola a mano. Luces de alarma por todo. Más basura flotando. Joder, perfecto. Con suerte, nada será explosivo.

Hay un pasillo delante. Me acerco y compruebo mi rifle. Batería al 100%, modo G-cero, disparo automático, 3537 disparos. Y un cabrón aparece por el condenado pasillo. El mecanismo de mi metaguante cruje con satisfacción así como mi mano le agarra de la cabeza con fuerza de cañón. Lo lanzo. Su cabeza impacta y explota como una fruta. Solo el golpe contra el borde de la pared debe haberle destrozado la columna, pero no, es que además he dejado un jodido arcoíris rojo sanguíneo donde estaba su cabeza. Toma ya. Que se joda en el infierno. Los mataré a todos. Así como ellos se han cargado a mi equipo. La sonda será nuestra, y si con eso me convierto en el condenado apocalipsis, mejor.

Vamos a ver… oh, sí, tengo sensor vital, tengo sensor vital. Hay tres más en alguna sección del pasillo. Pues echo la mano a mi cinto, un, dos, tres, venga, no me jodas, necesito una bomba. Ah sí, aquí. La sostengo en mi palma temblorosa. La lanzo. Joder, tengo que calmarme.

ENTRADA_AUDIO: Explosión.

HUÉSPED_CONSCIENTE:
Cojones, se ha oído y todo. Mira, me da igual todo. Entro a lo bestia. Si me muero aquí me da jodidamente igual. Cojones, no. Tengo que tranquilizarme. La misión. La sonda. Tiene que ser nuestra. Avanzo. Cadáver aquí, cadáver allá. Me río. La ostia, mi visor está asqueroso. Hay gotas pegadas, que no sé ni si son sudor o lágrimas. Comparado con antes estoy tranquila. Jodida histeria. Pero a más jodido cabreo estoy pillando, más fuerte pego. Vamos, tía, llevo la armaduraca. Tengo mi rifle de la ostia. Voy a reventarlos a todos. Con las manos si hace falta.

Ep, aquí hay una habitación interesante. Vamos a espiarles. Venga controlcito, no me falles. Eso es. No me jodas que esto es la sala VIP. Míralas a estas pánfilas de mierda. Todas reunidas. ¿Creéis que estáis seguras en vuestra sala? Bueno, ya veremos. Obvio la puerta no puedo abrirla sin que se enteren. Vamos a ver. Toma. Aquí hay un agujero. La ostia. ¿Pero a qué lumbreras se le ocurre dejar esto abierto? Joder. Miro a la derecha, a la izquierda. Otra vez. Joder… qué nervios. ¿Y si sale mal? Pues aplasto la puerta y las rebano con ella. No, no, mejor no. A ver… Nadie en el pasillo, nadie en el pasillo… Pulso: intenso. Respira. Respira. Aire. Aire. Venga, que es una jodida oportunidad de manual. Sólo se vive una vez. Aprieto mi rifle y aprecio su solidez. Me da un soplo de seguridad. Tiro relámpago, en cubo. Apunto al agujero y disparo.

ENTRADA_AUDIO: Crujidos metálicos. Mucha intensidad de sonido no clasificado.

HUÉSPED_CONSCIENTE:
Esquivo la nube de polvo y miro por la ventanilla. La centella está rebotando por la habitación. Ha entrado. Y están todas muertas. Que os den. Ahora sí, aplasto la puerta como si fuera papel.
Y estoy dentro. Qué felicidad. Vamos a buscar la sonda. Paredes, techo… Bien vacía la sala, excepto por los cuerpos. Espera. Esa banderita. A ver, señorita. Me acerco a ella. En efecto, todos los signos de que sea una oficial. Joder, que me he cargado a la almirante. Bien. Esto es por mis chicos. Toco por aquí y por allá. Y aquí tenemos algo duro. Su IA personal. La saco. No hay mucha inteligencia aquí, a juzgar por estos mensajes. Envíos de jugo, baratijas, un sillón. Mamarracha. Vamos. “Más datos”. “Muy importante”. Abrir. En serio. ¿Una foto con tus hijos? Venga ya. “Expandir”. Aire. Aire. Bien. Dejo la foto expandida y pongo el cacharro entre sus manos, y lo acerco a su pecho. Descansa en paz, mamarracha. Y de paso me quedo esta llave de seguridad. Ahora soy la condenada jefa del barco.

Pero joder, ¿dónde está la sonda? Rifle arriba. Salgo al pasillo. Venga, cojones. El puente, el puente. Tiene que estar en el puente. Es que no quiero ni pensar. Estoy acojonada y me vuelven a temblar las manos, joder.  ¿Me doy el chute? No, ni hablar. No me fío de esos fármacos de mierda. No cuando mi vida está en riesgo. Me impulso por el pasillo. Hay señales, pero es lógico, esta vuelta me lleva al puente. Y en efecto. Pero hay una sala de despresurización. ¿Aún pilotan en gravedad artificial? Anticuados de mierda. Bueno, si destrozo las compuertas morirán todos. Pero si la sonda está dentro, puede que salga disparada hacia el espacio y la pierda para siempre. Vamos a completar la misión, vamos. A ver, el panel. Insertamos llave. Apertura. Concédemela ya joder. Espera, que si aprietas demasiado fuerte te cargas el panel. Bien, todo perfecto. Entro en la sala. Despresurizando, todo bien. Inspiro fuerte…

ENTRADA_AUDIO: Triple pitido de alarma electrónica.

HUÉSPED_CONSCIENTE:
Me cago en la madre que… cojones de mierda muere, muere, muere. Te voy a espachurrar la cabeza contra la pared.

ENTRADA_AUDIO: Múltiples disparos y explosiones.

HUÉSPED_CONSCIENTE:
Joder, es como si me estuvieran estrujando las venas. Mi corazón es como un péndulo. La muy desgraciada aún se mueve. Toma, toma y toma. Te agarro de la pierna y te aplasto contra el suelo. Te sacudo. ¿Qué, vivimos aún? No. Ya está. Muerta. Despejado. Ostia, integridad de la armadura al 44.3%. Ay, qué agobio… Culpa mía por no mirar el jodido sensor. A ver. Creo que están todos muertos.

Los disparos han dañado el puente por todo, y no veo muy bien porque me da el jodido sol en la cara. Qué bien. Me duelen los brazos. La gravedad no me sienta bien después de 101 días. A ver, miro alrededor. No más sangre flotando, esto es un lujo. Activemos el modo solar. Esto es mejor, ya veo. Veamos… veamos… cuánta mierda. Ep. Un compartimiento abierto. Oh, vamos, esto tiene que serlo, tiene que serlo. Los nervios, madre mía. Abro. Lo saco. Qué pinta más rara tiene esto. ¿Esto es súper antiguo o qué? Pero vamos, que es la sonda. Saco mi personal. Vamos, enchúfame a esto. “Análisis inteligente”. “Programa especial”. “Sonda YITH”. Ejecutemos. Analizando. Éxito. Joder, qué rápido. Muéstramelo.

Contemplamos que la huésped ha encontrado la sonda YITH. Forzamos enlace visual.
.
..

Diagrama de colores donde se muestra información sobre la civilización humana.


















HUÉSPED_CONSCIENTE:
Pero qué cojones.

Nos sentimos realizados por haber encontrado la sonda YITH. Nos desacoplamos de la huésped para tomar una imagen fiel del contenido YITH.

Desacoplados.

CABO_YRSI_CHÁCAS: Jodido robot.

Enlace perdido. El aparato ha sido destruido.


*Aquí termina la ficción*

Imagen: Mensaje de Arecibo. Arne Nordmann (norro) [CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)]

Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de Enero.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 6. Narra una historia que suceda en el espacio.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: XII: Robots.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1218
(+1op) Incluir un objeto oculto: Sol.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Arcoíris.
(10op máximos en total por relato.)

Progreso anual:
(+ 3op) Ardillita previsora: Por ocultar los 24 objetos: 2/24
(+10op) Giratiempo: Por publicar 3 veces antes del día 10 (incluido): 1/3
(+ 3op) Doce Miles: Por 12 Milpalabristas: 1/12
(+ 5op) Molar mola: Por participar en 4 eventos: 0/4
(+ 5op) Sororidad: Por dos relatos que cumplan el Test de Bechdel (que dos mujeres con nombre hablen entre ellas de algo que no sea un hombre): 0/2
(+ 5op) Rosa Insolente: Por 3 protagonistas femeninas (no Coprotagonistas): 1/3
(+ 5op) Tríada: Por tres relatos con representación LGBT+/Minorías. 0/3
(+ 3op) DobleDragon: Por un relato de fantasía y uno de CiFi: CiFi.
(+ 3op) Inconformista: Por un relato con crítica social: (0)
(+ 1op) Leyenda: Completarlo todo: x
(+12op a repartir) Objetivo Personal: Contribuye a “Relato oscuro” (1/4).

jueves, 5 de abril de 2018

El castillo blanco 5 - Colgada de un árbol

*Fantasía doméstica: Subgénero de la fantasía que traslada a sus personajes des del mundo real (casa, doméstico) hacia otro u otros que funcionan con reglas distintas al original. Lo que no es regla es si los mundos son imaginarios o fantásticos, o bien si los personajes vuelven o no...*

Grabado de un árbol grueso ante un bosque oscuro.
Cof y cof. El chasquido del trueno, o más bien de un estornudo agudo despertó los oídos de Katherinne, y la luz entró por sus ojos de nuevo abiertos. Muchas damas victorianas tenían la extraña tendencia a desmayarse cuando la emoción superaba a su cuerpo, y una no sabría decir si aquello era una prueba de una inestimable delicadeza o una vergonzosa muestra de debilidad. Kathe era más bien partidaria de lo segundo, e incontables veces había leído sobre frágiles y encantadoras señoritas que perdían el conocimiento una y otra vez porque se les había escapado el perrito. No, no eran encantadoras. Fuera como fuera, al parecer, ella tuvo que sufrir un desvanecimiento y no era divertido.

Al fin había despertado y recordaba con viveza esos últimos momentos en la oscuridad. En ese preciso instante ya no sabía si tener miedo o dar la bienvenida al dolor y la muerte con los brazos abiertos. Por eso, el estornudo que se le antojó trueno que la devolvió a la movida existencia no la asustó en lo más mínimo. Aparentemente, alguien se convulsionaba a lo lejos con sobrada sonoridad. Fuera lo que fuera, no sonaba amenazador.

Pero, ¿y dónde estaba? Bien podría haber despertado en su cama al lado de su madre que se había entretenido demasiado en su viaje, pero no era así. Los sentidos de Kathe iban despertando, y notó su situación incómoda. Notaba un agarre tenso en algunas de sus extremidades y su cabeza, pero aún se notaba ingrávida y confundida. No veía más que una maraña de cuerdas, y donde estuviera el suelo, no lo adivinaba. O sí. Giró su tez a la derecha y ahí estaba, una regularidad poco interesante aunque deseada... Entonces se dió cuenta que estaba colgada y atada. Un árbol seco era su celador y único compañero. Logró menear de arriba a abajo su brazo derecho y tocar la tierra, pero al intentar mover el otro lo único que logró era balancearse. Estaba unido a su torso. Inclinó otra vez su cabeza lo que pudo para avistar sus piernas. Le costó verlas, ya que una estaba colgando aquí y la otra allá. Quien fuera que la ató lo hizo terriblemente mal. "Esto es como estar, o formar parte de una hamaca rota", dijo probando su voz. Así como estaba, también notaba la humedad de su ropa, probablemente aún mojada por el fango de su aventura anterior dentro de la planta. Se preguntó si aún estaba dentro de ella. Pero, y su propio aspecto? Retales de sus magulladas mangas asomaban de sus ataduras. No sabía muy bien lo que quedaba de su vestido. Necesitaría ropa nueva de todos modos. Por aquel entonces, solamente le restaba quedar colgada y aburrida. Por lo menos no le dolía nada.

Y entonces decidió dejar su autoanálisis de estado para más tarde y observar sus alrededores, como otro ser vivo debería haber pensado mucho antes. La bella luna aún asomaba, dejando ver una aldea de cabañas irregulares. Cinco o seis casas, quizá, situadas en una colina oscura. No veía rastro del castillo blanco. Le pareció que debía de estar en uno de los subniveles de tierra debajo del castillo, que bien podría estar formado de una zona llana con sus secciones circundantes al aire libre. Al intentar mirar arriba no podía distinguir si lo que había sobre ella era una nube que tapaba los astros o una bóveda de roca colosal. Entonces alguien se acercó a verla.

—Rara... rara es... problemas, seguro— soltó distraídamente el ser que se acercaba a cuatro patas— una zagala con un vestido...

Aun sospechando los terribles dolores de cabeza que seguro la muchacha le provocaría, la curiosidad, especialmente por comprender el tipo de tela del vestido de Kathe lo estaba matando. Así, alzó el brazo de uñas puntiagudas y perfectamente barnizadas para pellizcar unas hebras, aunque se topó con un entrecejo fruncido y unas pestañas que casi encerraban del todo dos (ni uno ni tres) iris fogosos que se le antojaron venidos de otro planeta; uno violento y competitivo... ¡Horror! Se hallaba muy propenso a inhalar para soltar un alarido de terror hermosamente ridíc...

—¡Ni te atrevas a tocarme! —rugió Kathe, rompiendo esquemas con su absoluto cambio de genio— ¡No sé quién eres, ni que quieres, pero no te creas que tendría asco de morderte esa uña fea o la nariz!

El alarido, como iba diciendo, corría casi tan veloz como sus patas (esta vez dos) de camino a la villa escopetadas. El resto de su cuerpo iba detrás. Fue un problemático contratiempo impactarse con el otro humanoide que volviendo tranquilo de su granja azada en el hombro, andaba a siguiendo a su vecino, a quien había oído curiosear sobre Kathe. La "zagala" en cuestión los observó de forma más identificativa: Dos figuras raquíticas encorvadas, cabezas rechonchas y orejas puntiagudas. Ambos eran definitivamente no humanos, con sus pieles respectivamente de colores verde y rosa pálido y sus vestidos demasiado llevados. "Duendes, sin duda", pensó, aunque también se le ocurrió que ellos gustarían de tener otra forma de denominarse. Los duendes, pues, volvieron a recibirla tras ponerse al día. Katherinne tenía las armas preparadas, aunque sería pecado ignorar que también se sentía algo avergonzada por su resorte agresivo. El señor de verde, algo más compuesto pero aún miedoso, juntó las manos con los dedos entrecerrados tímidamente y se dedicó a observarla desdeñoso. El otro se llevó las manos a las rodillas y descendió la cabeza más o menos a la altura de Kathe, preparando una sonrisa que levantó sus carrillos a límites sobrehumanos:

—¡Buenas no-noches, chicuela! Ya disculpará usted a mi amigo bobaina por su falta de amistosidad. Creo que te, no, le ha cogido miedo.
—Buenas no-noches —respondió Kathe, asintiendo con la barbilla aún mirando al cielo— no es necesaria la formalidad, pero ya que estás tan deferente, podrías soltarme porque estoy muy mal atada y no muy cómoda.
—No, pero pensé que quedarías bien como espantapájaros —comentó burlonamente el señor verde, lo cual provocó una punzada de ira en la niña. Totalmente encarnada y con una mueca felina, se hallaba a punto de saltarle encima, aunque colgada del revés y atada, resultaba poco práctico. Habría que ser totalmente ignorante para no darse cuenta de lo mucho que el duende la había ofendido, así que el granjero, que no era una mala persona, se llevó el dedo a los labios mientras intentaba recuperar la conversación. Para su desgracia, su vecino metió cucharada.
—Todo son problemas últimamente, y ésta aun serán más. Debiste haberla dejado donde la encontraste.

El señor verde se hallaba a punto de comentar sobre cómo la pureza de Kathe "ensuciaría" el pozo, pero como buen embajador que era, tragó saliva y dijo: —No pasa nada. No es má que una niña. Como tu hija, bobo, que aventurándose aquí y allá terminó donde nunca querría llegar...

—¡Mi hija es un adorable desastre!

Mientras os orejudos caballeros discutían los entresijos de la supuesta hija, Kathe se preguntaba sobre su estatura, ya que estaba segura que una vez de pie, ella misma gozaría de sacarles más de un palmo a ambos adultos. La conversación, sin embargo, no tardó en volver a ella.

—El tributo se acerca y nos moriremos de hambre a este paso —se aquejaba el señor verde—, y ahora tenemos a UNA HUMANA aquí. ¡UNA HUMANA, Amul!
—¿Es tan raro que haya humanos aquí? —preguntó Kathe sorprendiendo a los enfrascados interlocutores.
—Sí y no —respondió el señor rosa, aparentemente llamado Amul, señalando con la mano hacia el techo de roca que debía estar a una gran distancia— esta es una propiedad privada, ¿sabes? Supongo que habrás dezendido de arriba al pozo relajante, pero este pueblo es aún parte del castillo.
—El castillo —comenzó Kathe, muy confusa—. Sí, entiendo, es raro... —entonces puso una cara aún más rara—  Un momento. ¿"Relajante"? ¿Habéis dicho "relajante"? ¡Pensé que me moriría allí!

Se liberaron las risotadas de los duendes, agudas y con cierto tipo de armonía. Por alguna razón Katherinne no pudo evitar sonreírse así como las caras de sus dos captores estaban en ese punto de feria en que lo feo, deforme se vuelve cómico.

—Muchachita, ¿tienes nombre? —preguntó el de verde, cogiendo aire.
—Katherinne.
—Kacerina —volvió con orgullo—. Yo me llamo Ezín. El pozo relajante es uno de los lugares más especiales del pueblo. Su arcilla curativa es muy buena para la piel y el cabello de los trotacavernas, y por lo que veo, para los humanos también...
—Oh, cualquiera lo diría —repuso Kathe intentando parecer sarcástica, aunque recordaba dolores de su nado pringoso anterior que ya no estaban. Parecía ser posible que los duendes fueran buenos boticarios y todo...
—Sí, es una lástima que se nos haya prohibido el uso —añadió Amul con un suspiro.
—A mí me importa un cuerno —espetó Ezín—. Me da igual porque sigo yendo cuando me da la gana.
—Sois malvados y por eso os lo han prohibido —denunció Kathe, empezando a estar harta.
—¡No, nada de eso, muchacha! —negó Ezín.
—Exacto, el pozo es del pueblo —explicó Amul.
—Pero el pueblo es propiedad privada —dijo Kathe, provocando un gruñido por parte de Ezín.
—En el clavo. El pueblo pertenece a la reina, y por tanto el pozo es también suyo.
—¿Y vosotros?¿Sois vasallos?

Ambos trotacavernas respondieron a la vez: Ezín dijo que pagaban tributo, y Amul, en cambio, que pertenecían a la reina.

—¡Entonces sois esclavos! —sentenció Kathe, boquiabierta.
—¡No, no digas esa palabra, niña! —exclamó Amul, de palmos abiertos— No hablamos de eso.
—¡Pero eso no está bien! —remarcó Kathe, provocando que los duendes intercambiaran miradas de tristeza.
—No es de tu incumbersia —dijo Ezín, apenado, dedicándole un ceño fruncido—. Dile eso al Ruin Señor, y verás que te pasa. —Con la cabeza gacha y negando, se dirigió a su compañero, concentrando su agobio— ¡Ay!, ¿qué vamos a hacer? ¡Llegará el Ruin Señor, dirá que el tributo no es suficiente, luego se dará cuenta de la chica esta que ha nadado en la arcilla, nos echará la culpa y luego nos hará rodar por el barranco!
—¿A qué viene tanto griterío por la mañana? —dijo una nueva voz. Al parecer, un nuevo trotacavernas, ataviado bajo una luenga piel de lobo de la cual su cabeza desollada hacía las veces de yelmo dentudo. De piel oscura y maltrecha, parecía ser más anciano, y portaba un bastón tallado de madera noble. Kathe pensó sin duda que era una figura respetuosa, lo cual borró la expresión tranquila de su rostro— Así que la chica ha despertado. Dejadme verla... —Así dijo esto, ambos vecinos le dejaron amplio espacio, así que pudo acercarse a gusto— Ah... Veo que estás bien. ¿Cómo te llamas, joven promesa?
—Mi nombre es Katherinne, señor.
—Katherinne. Me gustaría decir que es un placer, pero corremos tiempos difíciles. Soy un anciano de la villa. Estaba esperando a que te despertaras, dejando que las arcillas hicieran su efecto reparador. Deja que te libere.
—Pero anciano, ¿no deberíamos llevarla al Ruin Señor? —inquirió Amul.

El anciano balbuceó un instante, así como Kathe estiró un brazo, y para sorpresa de todos, la maraña de pupa entró en movimiento y empezó a soltarse toda de golpe, dando a Kathe tiempo a apoyarse sobre su otro brazo, aunque el resto de su cuerpo descendió con poca gracia, provocando un impacto. Kathe era muy lista, pero no tan ágil. En cualquier caso, logró sorprender a sus captores, lo cual era su intención. Se levantó con facilidad, y aunque su cuello estaba adolorido, el resto de su cuerpo se notaba fresco y renovado. Así alzaba la cabeza y la ponía en su sitio, su cabello descendió suave y hermosamente, mecido por la leve brisa. Su vestido estaba roto y maltratado, pero aún aguantaba. En ese momento, alta frente a tres estupefactos duendes, se hallaba imponente.

—C-como iba diciendo —dijo el anciano, saliendo de la estupefacción—, no debe ver al Ruin Señor. Hay otra persona que se encargará mejor de ella.
—Disculpe —intervino Amul— no será mejor que el Ruin Señor...
—No —insistió el anciano—. Katherinne no tiene nada que ver con nuestros problemas. Y nosotros poco tenemos que ver con una humana. Hay alguien mejor, por estos lares, sí.
—¿Pero... quién entonces, señor? —dudó Amul.
—Lo dices como si hubiera más de una opción obvia, Amul. Katherinne irá a ver a la Señora Pencil.

Señora Pencil... No era un nombre que a Kathe le inspirara mucha confianza, aunque, en un mundo tan extraño, ya no podría confiar simplemente en sus instintos...

Imagen: The British Library

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