jueves, 1 de marzo de 2012

El castillo blanco - 1


*Me he animado a seguir una tradición muy concurrida por los señores de las revistas: estoy creando una historia por entregas. Relatará las aventuras de una niñita en un mundo extraño, plagado de fantasía oscura y belleza idealizada. Será un experimento de imaginación profunda a caballo de viejas historias fantasiosas de niños, como Alice In Wonderland. Subiré partes cada mes aproximadamente, ¡bon apetit!*





Hace muchos, muchos años, en una tierra perdida bañada por la luz de la luna, había una colina azul que estaba rodeada por un bosque de pinos frondosos. Allí, siempre era de noche, y la luna blanca era la que daba calor y alimentaba a las plantas.

Acostada sobre una cama de hierbas mullidas, se encontraba una niña muy bonita de cabellos lacios. Llevaba un vestido oscuro muy largo para una niña, que le hacía parecer una princesita de cuento. Aquella noche, se había acostado tarde en la cama de su casa, aquella casita al lado del río y la pradera soleada. Y tardó en dormirse porque hacía tres días que su mamá no volvía del pueblo. Ahora había despertado en aquel extraño mundo, sobre la cama de hierbas azules.

Extrañada, se levantó y dio una vuelta sobre sí misma para observar lo que había alrededor. Tocó la hierba azul y dijo “qué hierba más rara”, miró el bosque que se extendía hacia lo lejos colina abajo y dijo “qué árboles tan raros”. Eran de color azul marino. Miró hacia arriba. El cielo nocturno estaba claro, y podía ver en él un precioso dibujo de estrellas y planetas de colores, coronado por la Reina Luna, y dijo “qué grande es la luna esta noche”. Y realmente era enorme, llena, y plateada. Bajó la mirada un poco, y quedó sorprendida. En la otra parte de la colina, que era muy extensa, había un castillo muy muy grande. Parecía como hecho de perlas: blanco, tan puramente blanco que brillaba al son de la luz de la luna. Sus torres estaban en cantidad, y eran tan altas que desafiaban al mismísimo cielo con sus puntas afiladas. Las ventanas tenían vidrieras de colores místicos, que brillaban como las piedras preciosas en las coronas de los reyes. Unos muros solemnes hacían la parte delantera de la gran fortaleza, y estaban guardados por gárgolas que tenían forma de monstruos y de ángeles. Y el portón también se veía de tan lejos. Parecía de metal, porque relucía aun más que las paredes del castillo. Todo entero emanaba un aura plateada que encandilaba los ojos de la jovencita. Entonces, alguien la llamó por su nombre:

¡Katherinne!

Nuestra niña se volvió hacia la voz que la llamó. No muy lejos de ella, se acercaba un hombre con aspecto de príncipe. Era alto, y lo primero que destacaba de él era una capa negra aterciopelada, muy larga, que ondeaba al compás de su movimiento. Avanzaba, y Katherinne podía ver destellos de su ropa oscura, que era soberbia, ribeteada en tonos plateados. Además, colgaban de su cintura algunos instrumentos, entre los cuales ella distinguió una especie de violín antiguo y una espada. Cuando estuvo a escasos metros, se detuvo.

Entonces Kathe se fijó en su rostro. Le era curiosamente familiar. Era ligeramente alargado, de piel clara aunque ligeramente poblado por barba. Tenía el cabello moreno, tan lacio como el de ella, y recogido en una cola larga que se perdía en su espalda. Sus ojos eran mágicos, casi plateados. Éstos infundieron en ella una sensación muy extraña. Lo había visto antes. Pero no tenía miedo… más bien sentía confianza hacia aquel hermoso príncipe de las sombras. Se sonrieron con eterna afabilidad durante unos instantes.

¿Papá? Dijo la pequeña ¿Eres papá?
Mi dulce y encantadora Katherinne contestó el príncipe Has crecido mucho. ¡Al fin has venido!

Se abrazaron en un tierno instante. Katherinne apenas lo conocía, pero sabía que era su padre. Mamá le contaba que él se había ido, que ya no estaba con ellas… Pero ella sabía que algún día conocería a su papá. Y allí lo tenía.

Hija mía, llevo tantos años esperando volver a verte… dijo él Pero a la vez lamento que estés también atrapada en éste mundo. Quiero que me escuches con atención.

Katherinne se sentó en la fresca hierba, y abrió las orejas a aquél papá soñador del que su madre le había hablado tanto.

Hace años, este mundo me engulló y me arrancó de mamá y de ti —dijo él. Yo pensaba que no os volvería a ver, pero empecé a investigar. Aquí hay muchas criaturas, casi todas muy curiosas y habladoras, buenas y malas. La más malvada y la horrible de todas ellas es una bruja que reina en aquel castillo en la distancia. Ella y yo no somos muy amigos, y siempre me ha visto como un intruso. Sus secuaces malos me persiguieron, tenían formas muy extrañas, monstruosas, pero a la vez encantadoras.

Oh, pobre papá musitó ella, abrazando sus piernas—. Habrás estado muy solo.

Uy, solo no. Las criaturas de este bosque me acogieron y cuidaron de mí. A cambio yo les enseñé poesía, a cantar y bailar dijo él, sonriente- Eran muy felices. Con su ayuda he podido eludir a la bruja reina, y he vivido muchas aventuras, todas muy emocionantes, y con final feliz. 

¿Como los cuentos? Preguntó Kathe, ilusionada ¡Me gustan las historias con final feliz! —De hecho, le encantaba leer y que leyeran historias de fantasía. Siempre imaginó que su papá sería un poderoso caballero que atizaba a los malos con su espada dorada.

Sí, a mí también le dijo, devolviéndole una sonrisa- Pero no parece que siempre fuera así, porque hace tres días, la bruja conjuró sus poderes astrales para realizar un conjuro. Así, pudo viajar a través del tiempo y del espacio. Encontró a mamá, y se la llevó al fondo del castillo blanco. Ahora está encerrada en una de las mazmorras más profundas, y no la va a sacar si no me entrego y me caso con ella.

¿Con la bruja? ¡Eso es horrible, papá! Exclamó Katherinne- Pero tú no lo harás, y rescatarás a mamá. ¿Verdad, papá?

Su padre revolvió su pelo y sonrió.

No, cariño mío. Yo no puedo. Pero tú si, y yo te ayudaré.

Pero yo no soy ninguna heroína, papá…

Claro que lo eres dijo él, asintiendo Sólo los de corazón puro pueden pedir a las puertas del castillo que se abran. Sólo los de corazón puro podrán atravesarlo sorteando todos sus obstáculos y sus misterios. Yo no puedo hacer eso, hija mía, porque mi corazón está corrompido por la sombra.

Oh, ¿eso es malo, papá? preguntó con inocencia.

-No tiene por qué, Kathe. Pero eso ya me impide entrar ahí. Tuve suerte del error de la bruja al sacar a mamá, porque a la vez también te invocó a ti. Te necesito y por eso te llamé. Una niña tan hermosa y tan pura como tú tiene lo que se necesita para llegar ahí dentro.

¡Quiero rescatar a mamá! dijo la niña Pero tengo miedo.

No tengas miedo. Recuerda a los héroes de los cuentos. Ellos no se echarían atrás le respondió, y le dio la mano.

Ella dudó unos instantes. Su madre estaba encerrada, y su padre, un escurridizo juglar de los bosques que había sorteado muchos peligros pedía su ayuda. La pequeñita guerrera de dentro de su corazón dio un brinco. ¡Era hora de jugar!

Tomó la mano de su papá, Kountley, y juntos atravesaron la pradera camino al castillo blanco.