sábado, 7 de marzo de 2020

La tribulación de los amantes ahorcados


La llave se quedó bloqueada en el intento de girarla. Los días inusualmente frígidos de aquel otoño le estaban pasando factura, y las cerraduras más antiguas, de costumbre artesanal, mostraban problemas cada vez más a menudo. La dama Lune se maldijo por permanecer encallada en un pueblo con tanta historia. Llena de nervio, se puso a forcejear sin aparente éxito. Se acordó de exhalar, por primera vez en minutos. Era evidente que el peso del conflictivo día estaba a punto de vencer.

Crujió las manos y aferró la tonta llave de nuevo. Su puño de puntilla, blanco puro, contrastaba con el negro herrumbroso de la anciana puerta. Siguió un crujido ancestral, abriendo su paso, pero la llave no sobrevivió. Otro problema del que ocuparse.

La procesión de escaleras se le hizo conflictiva, como si fuera la primera vez que las subía. Lune conocía los peligros de su trabajo y los enfrentaba de forma confiada. Aquella noche, sin embargo, oscuras consecuencias habían cambiado su perspectiva. Emprendió los escalones despacio, cuidando el silencio, demasiado alerta de cada imperfección, demasiado consciente de las tinieblas que nublaban su vista. El enemigo, al fin y al cabo, estaba en su casa.
Como esperaba, la única luz en su camino provenía de la entrada al salón de máquinas, entreabierta. Era un crepitar azul pálido, difícil de acostumbrar la vista. En un cúmulo de sentimientos adversos, Lune paró. Abrazando el ultraje, se precipitó adelante.

­—Escalas la torre ignota, caballera, buscando a tu princesa de cabellos lacios. Poco esperabas que sentado, jocoso, encontrarías al mismo diablo, sentado en su prohibido diván de cachemir.

El corazón de Lune dio un vuelco inesperado. Las palabras, vanidosas y confusas, provenían de Malva, una mujer natural del mismísimo infierno. De hecho, era ella misma la que estaba recostada en el diván. Como cada día, le esperaba con una sonrisa cómplice, lista para escuchar sus pesares. Sin embargo, dado el momento, Lune quedó atrapada en su mirada. Era quizá el primer momento en el que se fijaba en sus complicados, inhumanos ojos acompañados de imposibles pestañas de bailarina.

Nada de esto era raro en un ser demoníaco, es decir, alguien con control sobrenatural sobre su aspecto. Cada extremidad, cada músculo, cada caída de su traje comunicaban tanto como cada palabra. Buscando sus cabales, la dama se dio cuenta por primera vez: El gesto de Malva, confiable a la vez que fresco, era, a totales efectos prácticos, una perfecta cara de póker. Lune, simple humana, se encontró a sí misma estrujando su reloj de bolsillo. Malva estaba jugando con ella. Sin ninguna duda.

—Por favor, doña Lune, no le preste la menor atención. Malva está hoy de un humor nefario, especialmente irritante. Tiene a Belial en los labios.

Lune encontró cierta paz en el comentario de Seraph, su amable compañero. Si bien era otro demonio, él representaba todo lo contrario que Malva definía. Seraph era dotado de una gran memoria, y se encargaba de operar los aparatos de escucha del faro. Lo hacía veinticuatro horas al día, sin descanso.

—Tengo que agradecer —respondió Lune— la compañía de alguien cuerdo y solaz después de otro día confraternizando con el enem—

Un crujido la interrumpió. En su mente se dibujaron huesos y carne cediendo a la fuerza de una locomotora. Era Malva, mordisqueando descuidadamente la pata de un cangrejo.

—Estos… crustáceos —empezó con la mandíbula aún ocupada— tienen un sabor dulzón, que encuentro ofensivo. Quizá la próxima vez que tenga que pescar estos penosos seres los procesaré al estilo humano: hirviéndolos hasta la muerte. ¿No es así como los cocináis, Lune? Luego diréis que sólo los diablos son perversos…
—No pruebes entonces las gambas —respondió ella, cortante.
—He oído que las descuartizáis y les extraéis las extrañas por la cabeza, usando la lengua. Qué vileza.
—La verdad es que no aguanto tus obscenidades, Malva.
—No mientas —contestó la diablesa—. Te encantan. Todo lo que me representa te encanta. Y así debería ser. Somos familia.

Lune sentía como si alguien le tirara de los pulmones. Sentía frío. Sudor. Estaba sufriendo.

—Doña Lune. ¿Por qué no se sienta? —invitó el educado Seraph. El contraste entre ambos demonios la estaba volviendo loca. No sabía qué clase de invitación era aquella.
—Para empezar, no nos une ningún vínculo de sangre —balbuceó Lune, intentando mantener el temple—. A-a propósito, hablando de sangre…

Lune desenvainó su arma reglamentaria. Metro y medio de hoja, blanca y delgada como su uniforme, salvo que corrida de un líquido carmesí. La espada rasgó el aire, llorando los rubíes sobre la alfombra y el suelo. Lune conocía la predilección de los demonios por la sangre humana.

—¿Y esto, Lune?  —preguntó Malva, con su faz invariable—. ¿Una ofrenda?
Lune hizo ademán de toda la profesionalidad que le quedaba.
—He tenido que ensartar a uno de mis compañeros de trabajo porque se estaba acercando al faro con afán de investigarlo. Hoy han tenido noticia de la desaparición de dos jóvenes amantes. Diversos testigos han dicho que se dirigían al faro. Conociendo la situación en la que nos encontramos, os veo muy tranquilos.
—Perdón —dijo Seraph—. Me hallo sorprendido. La vejez cuartea mi expresión. ¿Dice usted que los jóvenes han desaparecido cerca de aquí?

Lune, agente doble del ejército luciano, estaba infiltrada en la policía golesa. Junto a los dos demonios, llevaban cinco meses alojados en el faro en una misión de espionaje. Seraph tenía una red de escucha que conctaba los edificios más importantes del pueblo. Malva realizaba tareas de infiltración y asesinato. Lune tenía el trabajo con más presión psicológica, recabando información de la policía y el ejército mientras trababa amistades falsas con los lugareños. Trabajar con demonios no era nada fácil, pero confiaba en ellos. O eso creía. Por primera vez lamentó su decisión al aceptar la misión. La desconfianza le erizó el vello, cosa que Malva notó.

—No nos precipitemos —advirtió Malva—. He sido yo.
—¿Perdón? —dijo Lune, lacónica—. Te ruego que te expliques.
—Querida Malva, sólo el derramamiento de sangre podría explicar ese irritante buen humor el día de hoy —añadió Seraph.

Lune no quiso creerse que Seraph no se había enterado.

—La espada alzada te dota un aspecto solemne, Lune. —dijo Malva, secándose con un paño—. Pero no querría que eso agotara tu eficaz brazo. Como bien nuestros eficaces enemigos han averiguado, una joven pareja ha desaparecido en los alrededores del faro. Los curiosos humanos, me encanta cuando son curiosos, pretendían trepar el faro, para cortejarse. Aunque sabía que alguien los echaría de menos, me he servido de mi código personal y los he ahorcado en dos árboles gemelos.
—Los has… —comenzó Lune.
—Y he observado todos sus retorcimientos mientras se ahogaban. Poesía catártica para nuestros ojos, Seraph. No te lo he contado porque no quería que me envidiaras.
—Eres presente que esas muertes nos ponen en peligro —anunció Lune—. Lucia no debe descubrir nuestras verdaderas lealtades. Creía haber insistido en lo grave que sería que destaparan nuestro espionaje.
—Eso nos daría por fin la oportunidad de reducir esta deliciosa ciudad a cenizas. Una diablesa sólo puede aguantar un tiempo limitado sin derramar sangre, ¿lo sabes? Aunque los humanos tampoco. La guerra estallará pronto, sea culpa de esto o no. Todos somos hijos de Dios.
—Malva miente —denunció Seraph—. No tengo, ni he tenido nunca intención de tomar vidas en mi servicio. Malva, has asesinado a los jóvenes intencionadamente.
Escuchando esto, Malva se enderezó poco a poco, con los ojos clavados en Lune. Cuando quedó erguida una bocanada de aire emergió de ella misma, azotando las llamas azules. Sus ojos rojos resplandecieron en el oscuro instante. La hoja de Lune tembló.
—Tan intencionadamente como la nívea Lune con su compañero guardia.
—¡Ya está bien! —sentenció Lune—. Voy a preguntar esto sólo una vez: ¿A quién rendís pleitesía? ¡Dímelo, Malva!

La sonrisa perenne de Malva por fin se borró.

—A mí misma. —dijo, grave— Y luego a Gol.
—¿Y usted, Seraph?
—Primero, a mí mismo. Segundo, a Gol.

La vista de Lune se volvió borrosa de pronto. Ella misma juraría que le faltaba aire para respirar. Entonces vio que Malva daba un paso adelante.

—Has visto antes cuando los demonios se desatan —dijo—. Si me lo propusiera, podría destruir el pueblo entero. La tierra se abriría, dando paso a la fuerza primigenia, liberando todo su calor. El barrio del mercado caería al vacío, ahogado por el río y parte del mar, justo antes de convertirse en un vapor que haría a las gentes arder como cangrejos en la olla. El castillo se dividiría en dos, dejando sólo en pie la torre del homenaje. Desencadenaría los astros, trazando hermosas garras de fuego en el cielo. Imagina los aerolitos perforando la torre. Cuidarías de no parpadear mientras su histórica vista desaparece para siempre. Sí, y luego apagaría las llamas, y los dejaría tranquilos durante una hora. Los supervivientes, confusos, saldrían a lo que quedaría de la calle. Entonces una plaga de gaviotas, enloquecidas, caería sobre ellos para despojarlos de sus entrañas. La guardia, con su edificio intacto, se organizaría. Entonces yo misma me mostraría ante ellos, tus compañeros. No para gozar exterminándolos, sino para observar el humo y la sangre ensuciar sus hermosos uniformes. Uniformes como el tuyo, Lune.

—Malva… eres… —balbuceó Lune.

Malva se colocó a apenas un dedo de la espada de Lune. Ahí se quedó, en silencio. Durante todo su discurso no había batido las pestañas siquiera. Su expresión se suavizó de golpe. Su brazo tembló al acercarse a ella, mientras sus ojos se entornaban en lágrimas. Un resplandor breve nació justo encima de su cabeza: por breves instantes, se reconoció claramente un anillo dorado. Un halo agrietado. La sustancia más pura que Lune había visto en su vida.

—Pero yo… nunca podría hacerte algo así —gimió Malva.

La espada de Lune se desplomó, pero no tan fuerte como su integridad. Si la hubieran apuñalado por la espalda no se hubiera sentido tan agazapada. Se veía a punto de caer de rodillas.

—Poesía catártica —apreció Malva. Y se puso a reír, despidiendo sus lágrimas de cocodrilo. Lune, sin embargo, notó cierto rubor en sus mejillas.
—Malva, Cupido no habría sido capaz de replicar tal deleznable e indecoroso teatro —dijo Seraph, sin arquear una ceja.
—Ha sido memorable —dijo Malva—. Pero… estimada Lune. Mi intención en colgar a los enamorados fue mostrarlo como un suicidio doble.

Ambos demonios esperaron la respuesta de su compañera. Lune estaba quebrada, aún sin palabras.

—Una decisión sensible, después del error del asesinato, Malva. Pero ahora nos enfrentamos a un problema mayor. Un guardia ha muerto esta noche. Doña Lune. ¿Necesita un momento para componerse?
—No. Estoy de servicio —intervino Lune. Mentía—. Necesitamos un plan. Persuadiré a la guardia para que me dejen el caso a mí, aunque no podré evitar una investigación a mayor escala, si ha muerto un guardia. Desastrosamente, nos veo ciñéndonos al plan B.
—¿Está segura? —preguntó Seraph.
—Sí. Si encuentran nuestro equipo de espionaje será el fin de vuestra seguridad. Y si os encuentran, será el fin de este pueblo. Nos mudaremos a la posada bajo las termas Piano. Lo siento.
—Ven a sentarte, Lune —dijo Malva, tendiéndole la mano—. Estamos contigo. Pase lo que pase, ningún peligro puede matarte con nosotros como aliados.
—Es cierto. Los demonios no desfallecemos ante las crisis —asintió Seraph—. Si ordena que nos mudamos, nos mudaremos.
—Gracias.
—O… podemos reducir el pueblo a cenizas —dijo Malva, suprimiendo una menuda risa.
—Malva, te voy a encerrar en la iglesia.
—¿Junto a ti?
—Malva, por favor.


*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de marzo.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (10op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 7. Cuenta una historia marítima o que involucre un faro.
(+2op) Objetivo secundario 1. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Cuentos y leyendas”: Rapunzel.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: Demonios.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1930
(+1op) Incluir un objeto oculto: Un cangrejo.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Una gamba.
(+1op) Cumplir todo lo anterior da un punto extra.
(10op máximos en total por relato.)