jueves, 30 de abril de 2020

¡Chispas, amiga, chispas!


Ah, el baile. Esa extraña situación en que los estudiantes, bien conocidos entre ellos, se deshacían de sus preocupaciones para concentrarse en otra tarea más forzada: pasar de compañeros de estudio a compañeros de fiesta. Costó su tiempo, pero una vez rotos los nervios, las juventudes de la escuela se entregaron a la risa y el goce. Los adultos, por su parte, gracias al placer privado del alcohol, habían dejado de ser jueces agobiados, incorporándose a la velada.

La pieza musical principal había sido un éxito, y con esto, el acto estaba oficialmente terminado. Ya nadie estaba moralmente obligado a bailar. Sin embargo, cada estudiante ya se había fijado en su bailarín preferido, y dado que la música seguía, se presentaba la ocasión de sacar a bailar a los más guapos. Por supuesto, se hizo un caos. Pocas parejas de baile nacerían en aquel entuerto, pero todos tenían presente que lo importante era pasarlo bien.

¿Quién diría que entre tantas almas dichosas, se escondía un corazón ensombrecido? ¿Quiénes eran ignorados y a la vez el foco de atención? No cabía duda: los músicos. Pero incluso ellos, meras piezas en el todo, estaban embriagados por el éxito de la velada. Y Pera, el violinista, habría sido uno más contaminado de alegría, pero no fue así. El chico estaba ofuscado por una simple razón: Su novia de dos semanas, Arándano, había caído enferma, y no le quedaban ni salud ni humor para asistir a la fiesta.

Doblado sobre el taburete con sus mejores galas y una rosa negra en el pecho, Pera posaba con un tono dramático, bañado en la soledad, si bien no había nadie fijándose en él: El saxofonista estaba de pie, marcándose un baile improvisado.  La pianista, meciendo su cabeza de lado a lado, canturreaba a su aire. El dúo de percusión sudaba fuego, incansable. Las cantantes, dos sirenas, se habían ido a acompañar a la profesora de música; bien borracha ella. En resumen, para Pera, la solemnidad del grupo pendía de un hilo. Él, lo que quería, era pensar en su querida Arándano. Ni siquiera le dejaban perderse en la melancolía con tranquilidad.

De hecho, Pera estaba empezando a rendirse. De un momento a otro, iba a dejar de tocar. No importaba. Aquella noche se había preparado a conciencia para ella, Arándano, la fuente de su pasión. Pero decidió pasar otra página al libro de partituras. Una canción de más, qué más da. Se caló el violín un poco más arriba en el hombro, y a tocar. Era una parte con un ritmo mucho más calmado que casi se le antojaba.

Así seguía por la sexta estrofa hasta que se dio cuenta que se estaba mordiendo el labio. Se rompió su trance. Había algo extraño de nuevo. Revisó media página en un segundo. ¿Había pasado dos hojas sin querer? Su corazón dio un tumbo. No. ¿Entonces, qué diantres le estaba atacando los nervios? ¡El tempo! La canción no había empezado tan rápida. ¿De quién sería la culpa…?

Se giró hacia sus compañeros. Fresa, al mando de la caja de percusión, rechinaba los dientes, con los ojos clavados en Naranja, la tamborilera. Y Naranja, con su sonrisa diabólica, aporreó su instrumento con un ritmo catastrófico, obligándole a él, al saxo y la pianista redoblar los esfuerzos —aunque la pianista era una virtuosa; no se daba ni cuenta—. Entonces Fresa, tras ajustarse las gafas de sol, redobló su ritmo. Era una declaración de guerra. Naranja, aún limitada por las ballenas de su corsé, aceleró una vez más. Y Fresa, por supuesto, no se dejaría intimidar.

Los invitados tampoco ignoraron el hecho, pero para mayor desgracia, se adaptaban al ritmo salvaje sin problema. ¡Seguían bailando, entre carcajadas, sin siquiera tomar aire! A Pera se le vino el sabor de la sangre a la boca: él mismo se había herido el labio. Maldijo a la estúpida mafia de percusión. Volvió a su partitura, sabiendo que en breves momentos le esperaba un ataque de notas cortísimas. Se desmelenó como queja, pero nadie lo seguía. Miró a su profesora con desespero, pero ni siquiera ella se daba cuenta, atendiendo a los numerosos pretendientes que rodeaban a las cantantes. La canción corría peligro de muerte.

Se levantó al ataque: tenía que salvar a la banda de la humillación. Pero lo hizo sin cuidado, enviando a volar su propio atril. Adiós a su partitura de referencia. El triste artefacto rebotó cuatro o cinco veces, captando toda la atención de la sala. Medio encorvado, se vio atravesado por un millar de miradas. Pero los diablos de percusión eran imparables: ¡proseguían con su batalla de ritmo, los muy idiotas!

Pera podría haber pensado en mirar la partitura del saxo, o incluso recoger la suya del suelo. Pero la rabia lo llevó a encarar a la percusión. Se irguió, con la flor del pecho bien arriba, y les clavó la mirada, con desprecio. Fresa quedó muy confuso, en una de esas sonrisas culpables de foto. Naranja infló los mofletes, dejando claro que le daba igual, y siguió con su bravata, repiqueteando.

Y el violín le contestó, adaptándose al ritmo. Fresa siguió elevando, pero con menos ahínco. El resto de la banda hizo lo que pudo para seguir. Pero Naranja continuó a la guerra, dispuesta a arruinar la canción. Pera, ultrajado y aún desprovisto de la partitura, enarboló su instrumento. Lo hizo con volumen y precisión. Su torso vibraba con la lluvia de notas, un sinfín en el que cada segundo se le hacía eterno, pero la rabia lo impulsó adelante. Se vino tan arriba que hasta la pianista se despertó, y al final Naranja tuvo que sudar para seguirle el ritmo. El público estaba traspuesto.

Terminado el solo de Pera, terminó la canción. La banda quedó agotada, excepto las cantantes, claro está. Pera se volvió, mudo entre aplausos. La interpretación a ritmo libre les quedó perfecta.

Manzana, el mejor amigo de Arándano, fue el único que había seguido la batalla entera con atención. Lo había grabado todo. Al día siguiente, tendría que contarle dos cosas a la pobre Arándano: Lo primero, el relato de las chispas que saltaban entre Naranja y Pera. Lo segundo, que con ese solo tan apasionado, Manzana se había enamorado de Pera. Pero, a fin de cuentas, Arándano estaba enamorada de Pera solamente por lo bien que le quedaba el traje…




*Aquí termina la ficción*


Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de abril.

Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue

Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 8. Escribe un relato sobre un baile.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: Sirenas.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1058.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Flor.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Ballenas.
(10op máximos en total por relato.)