Ah, el baile. Esa extraña situación en que los estudiantes,
bien conocidos entre ellos, se deshacían de sus preocupaciones para
concentrarse en otra tarea más forzada: pasar de compañeros de estudio a
compañeros de fiesta. Costó su tiempo, pero una vez rotos los nervios, las
juventudes de la escuela se entregaron a la risa y el goce. Los adultos, por su
parte, gracias al placer privado del alcohol, habían dejado de ser jueces
agobiados, incorporándose a la velada.
La pieza musical principal había sido un éxito, y con esto,
el acto estaba oficialmente terminado. Ya nadie estaba moralmente obligado a
bailar. Sin embargo, cada estudiante ya se había fijado en su bailarín
preferido, y dado que la música seguía, se presentaba la ocasión de sacar a
bailar a los más guapos. Por supuesto, se hizo un caos. Pocas parejas de baile nacerían
en aquel entuerto, pero todos tenían presente que lo importante era pasarlo
bien.
¿Quién diría que entre tantas almas dichosas, se escondía un
corazón ensombrecido? ¿Quiénes eran ignorados y a la vez el foco de atención? No
cabía duda: los músicos. Pero incluso ellos, meras piezas en el todo, estaban
embriagados por el éxito de la velada. Y Pera, el violinista, habría sido uno más
contaminado de alegría, pero no fue así. El chico estaba ofuscado por una
simple razón: Su novia de dos semanas, Arándano, había caído enferma, y no le
quedaban ni salud ni humor para asistir a la fiesta.
Doblado sobre el taburete con sus mejores galas y una rosa
negra en el pecho, Pera posaba con un tono dramático, bañado en la soledad, si
bien no había nadie fijándose en él: El saxofonista estaba de pie, marcándose
un baile improvisado. La pianista, meciendo
su cabeza de lado a lado, canturreaba a su aire. El dúo de percusión sudaba
fuego, incansable. Las cantantes, dos sirenas, se habían ido a acompañar a la
profesora de música; bien borracha ella. En resumen, para Pera, la solemnidad
del grupo pendía de un hilo. Él, lo que quería, era pensar en su querida
Arándano. Ni siquiera le dejaban perderse en la melancolía con tranquilidad.
De hecho, Pera estaba empezando a rendirse. De un momento a
otro, iba a dejar de tocar. No importaba. Aquella noche se había preparado a
conciencia para ella, Arándano, la fuente de su pasión. Pero decidió pasar otra
página al libro de partituras. Una canción de más, qué más da. Se caló el
violín un poco más arriba en el hombro, y a tocar. Era una parte con un ritmo
mucho más calmado que casi se le antojaba.
Así seguía por la sexta estrofa hasta que se dio cuenta que
se estaba mordiendo el labio. Se rompió su trance. Había algo extraño de nuevo.
Revisó media página en un segundo. ¿Había pasado dos hojas sin querer? Su
corazón dio un tumbo. No. ¿Entonces, qué diantres le estaba atacando los
nervios? ¡El tempo! La canción no había empezado tan rápida. ¿De quién sería la
culpa…?
Se giró hacia sus compañeros. Fresa, al mando de la caja de
percusión, rechinaba los dientes, con los ojos clavados en Naranja, la
tamborilera. Y Naranja, con su sonrisa diabólica, aporreó su instrumento con un
ritmo catastrófico, obligándole a él, al saxo y la pianista redoblar los
esfuerzos —aunque la pianista era una virtuosa; no se daba ni cuenta—. Entonces
Fresa, tras ajustarse las gafas de sol, redobló su ritmo. Era una declaración
de guerra. Naranja, aún limitada por las ballenas de su corsé, aceleró una vez
más. Y Fresa, por supuesto, no se dejaría intimidar.
Los invitados tampoco ignoraron el hecho, pero para mayor desgracia,
se adaptaban al ritmo salvaje sin problema. ¡Seguían bailando, entre carcajadas,
sin siquiera tomar aire! A Pera se le vino el sabor de la sangre a la boca: él
mismo se había herido el labio. Maldijo a la estúpida mafia de percusión.
Volvió a su partitura, sabiendo que en breves momentos le esperaba un ataque de
notas cortísimas. Se desmelenó como queja, pero nadie lo seguía. Miró a su
profesora con desespero, pero ni siquiera ella se daba cuenta, atendiendo a los
numerosos pretendientes que rodeaban a las cantantes. La canción corría peligro
de muerte.
Se levantó al ataque: tenía que salvar a la banda de la
humillación. Pero lo hizo sin cuidado, enviando a volar su propio atril. Adiós
a su partitura de referencia. El triste artefacto rebotó cuatro o cinco veces, captando
toda la atención de la sala. Medio encorvado, se vio atravesado por un millar
de miradas. Pero los diablos de percusión eran imparables: ¡proseguían con su
batalla de ritmo, los muy idiotas!
Pera podría haber pensado en mirar la partitura del saxo, o
incluso recoger la suya del suelo. Pero la rabia lo llevó a encarar a la
percusión. Se irguió, con la flor del pecho bien arriba, y les clavó la mirada,
con desprecio. Fresa quedó muy confuso, en una de esas sonrisas culpables de
foto. Naranja infló los mofletes, dejando claro que le daba igual, y siguió con
su bravata, repiqueteando.
Y el violín le contestó, adaptándose al ritmo. Fresa siguió elevando,
pero con menos ahínco. El resto de la banda hizo lo que pudo para seguir. Pero
Naranja continuó a la guerra, dispuesta a arruinar la canción. Pera, ultrajado
y aún desprovisto de la partitura, enarboló su instrumento. Lo hizo con volumen
y precisión. Su torso vibraba con la lluvia de notas, un sinfín en el que
cada segundo se le hacía eterno, pero la rabia lo impulsó adelante. Se vino tan
arriba que hasta la pianista se despertó, y al final Naranja tuvo que sudar
para seguirle el ritmo. El público estaba traspuesto.
Terminado el solo de Pera, terminó la canción. La banda quedó
agotada, excepto las cantantes, claro está. Pera se volvió, mudo entre
aplausos. La interpretación a ritmo libre les quedó perfecta.
Manzana, el mejor amigo de Arándano, fue el único que había seguido
la batalla entera con atención. Lo había grabado todo. Al día siguiente,
tendría que contarle dos cosas a la pobre Arándano: Lo primero, el relato de
las chispas que saltaban entre Naranja y Pera. Lo segundo, que con ese solo tan
apasionado, Manzana se había enamorado de Pera. Pero, a fin de cuentas, Arándano
estaba enamorada de Pera solamente por lo bien que le quedaba el traje…
*Aquí termina la ficción*
Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de abril.
Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue
Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 8. Escribe un relato sobre un baile.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: Sirenas.
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1058.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Flor.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Ballenas.
(10op máximos en total por relato.)