*Presenté este microrrelato a al primer certamen literario para estudiantes de mi grado. No llegó a finalista, pero pensé que era lo suficientemente bueno como para que más gente pudiera leerlo. Queda aquí, porque pertenece al estilo artístico que defiendo en este blog*
El
gentío de hombres de pelo azul llenaba la plaza de la ciudad. En la tarima
central permanecían de pie un grupo de personas, todas de cabellera celeste
excepto dos: el ser encapuchado y una joven protegida por una armadura de
cuero, violada por miradas, esforzosa por no llorar.
Entre
la muchedumbre había dos caballeros, un estudiante de la ciudad y un hombre
enano, pelirrojo y lleno de moratones recientes. Al contraste de ambos rostros,
la plaza estaba acalorada. Breves minutos antes, se habrían conocido, justo
cuando traían a la dama por la calle del Águila. El hombre enano se había
apresurado a interponer su cuerpo entre ella y los proyectiles de diversa
naturaleza que lanzaba un grupo de exaltados violentos. Viendo que los soldados
echaban a este buen hombre y los exaltados lo perforaban con los ojos, el estudiante
le tendió la mano y se lo llevó adentro de la masa sin poder evitar que
recibiera golpes. Forzo sofocó su rabia, y tras decir gracias al joven crin-azul,
le explicó que la dama era su compañera y amiga. Mientras la escolta proseguía
tropezosamente por la calle, le relató que tras un terrible viaje, ellos y su
grupo de migrantes habían llegado a esa ciudad de pendones y murallas
altísimas, gracias a la astucia y la lanza de la fémina. Fue ella la que
encontró el pasaje clandestino, y la que les consiguió cobijo a espaldas de
millares de ojos azules desconfiados. Pero la tercera noche unos muchachos,
hijos ilustres de la patria, iniciaron su juego de insultos y provocaciones.
Con el rostro alto, aquella leona consiguió que sus amigos los ignoraran. Pero
los alborotadores iniciaron la violencia. Los gritos trajeron a la gente, y la
gente trajo a las armaduras de plata. El juez dijo culpable, y todo fueron
aplausos.
El
estudiante miró con curiosidad los bellos diseños en el cuero del porte de la
chica. Pero la espada de luz descendía. Emitió un destello amargo y cegador,
así que nadie pudo ver como la hoja sesgaba la vida. Por fuera jaleos, para él,
lágrimas. Notó la mano del enano en su costado, y recordó que justo una hora
antes le habían dado una charla sobre lo inmoral que es que la gente extraña
venga a nuestro reino a quedarse.