martes, 8 de julio de 2014

Lección en vida

*Presenté este microrrelato a al primer certamen literario para estudiantes de mi grado. No llegó a finalista, pero pensé que era lo suficientemente bueno como para que más gente pudiera leerlo. Queda aquí, porque pertenece al estilo artístico que defiendo en este blog*

El gentío de hombres de pelo azul llenaba la plaza de la ciudad. En la tarima central permanecían de pie un grupo de personas, todas de cabellera celeste excepto dos: el ser encapuchado y una joven protegida por una armadura de cuero, violada por miradas, esforzosa por no llorar.

Entre la muchedumbre había dos caballeros, un estudiante de la ciudad y un hombre enano, pelirrojo y lleno de moratones recientes. Al contraste de ambos rostros, la plaza estaba acalorada. Breves minutos antes, se habrían conocido, justo cuando traían a la dama por la calle del Águila. El hombre enano se había apresurado a interponer su cuerpo entre ella y los proyectiles de diversa naturaleza que lanzaba un grupo de exaltados violentos. Viendo que los soldados echaban a este buen hombre y los exaltados lo perforaban con los ojos, el estudiante le tendió la mano y se lo llevó adentro de la masa sin poder evitar que recibiera golpes. Forzo sofocó su rabia, y tras decir gracias al joven crin-azul, le explicó que la dama era su compañera y amiga. Mientras la escolta proseguía tropezosamente por la calle, le relató que tras un terrible viaje, ellos y su grupo de migrantes habían llegado a esa ciudad de pendones y murallas altísimas, gracias a la astucia y la lanza de la fémina. Fue ella la que encontró el pasaje clandestino, y la que les consiguió cobijo a espaldas de millares de ojos azules desconfiados. Pero la tercera noche unos muchachos, hijos ilustres de la patria, iniciaron su juego de insultos y provocaciones. Con el rostro alto, aquella leona consiguió que sus amigos los ignoraran. Pero los alborotadores iniciaron la violencia. Los gritos trajeron a la gente, y la gente trajo a las armaduras de plata. El juez dijo culpable, y todo fueron aplausos.


El estudiante miró con curiosidad los bellos diseños en el cuero del porte de la chica. Pero la espada de luz descendía. Emitió un destello amargo y cegador, así que nadie pudo ver como la hoja sesgaba la vida. Por fuera jaleos, para él, lágrimas. Notó la mano del enano en su costado, y recordó que justo una hora antes le habían dado una charla sobre lo inmoral que es que la gente extraña venga a nuestro reino a quedarse.