martes, 11 de diciembre de 2012

El castillo blanco 4 - Tinieblas

La pobre Katherinne aterrizó sobre una montaña de lo que parecía paja amontonada, fría y húmeda. Aunque sólo podía ser una suposición, pues estaba rodeada de las más profundas tinieblas. Lo que fuera que notase le picaba, pero no sintió dolor. No fue una larga caída y tampoco un dañino aterrizaje. Sin embargo, otras cosas ocurrían en el interior de su ser. El frío mojado se le pegaba en la piel, a la vez que el miedo, como una mano nívea que la agarraba por dentro, la asediaba. Largos segundos pasaron, en los que ella aguantaba la respiración, por no moverse. Rendida, abrió la pequeña boca para tomar aire que su cuerpo echaba de menos. El pesado hedor de la naturaleza muerta se abrió paso a sus entrañas. Entró como si ella sorbiera la niebla ancestral, el cuerpo de los fantasmas antagonistas de sus cuentos de miedo... Su olfato quedó atrapado. Y en la oscuridad tampoco reinaba la calma. Leve, pero incesante, era el goteo que Kathe no oía, sino escuchaba. El agua, resonando en el lugar, cortaba toda quietud.

El colapso de sus sentidos hizo que la niña perdiera la noción del tiempo. Los segundos le tardaban en venir, y los minutos se deshacían con mucha lentitud. Quedó quieta por mucho tiempo, incapaz, pero por voluntad, a la vez que los pensamientos se arremolinaban en su cabeza. Si hubiera estado en otro lugar, su mente estaría con su padre, dejándola preocupada. Pero su mente estaba aprisionada, paralizando su cuerpo durante la silenciosa tortura. Se le antojaba a veces que estaba herida, pero no notaba el dolor, y que las gotas de agua que retumbaban no eran de agua, sino las de su propia sangre, abandonándola poco a poco. Caricias imaginarias recorrían su piel, y erizaban su escaso vello. Temblaba, y quería gritar, y quería llorar... pero ni eso se permitía hacer. Las horas que ya pasaban eran la prueba de que la soberbia imaginación puede ser una trampa.

No veía llegar el momento en que terminara su horror. ¿No había sido engullida por una planta-monstruo? Quería ser digerida de una vez, que pasara lo que tuviera que pasar, pero en el ahora. Por favor... Le habría rogado a la planta que la saboreara si fuera de su gusto, pero que acabara. Ella era buena, ella se portaba muy bien y haría lo que fuese para que su cazadora fuera feliz comiéndola.

Había movido los labios, diciendo esto en un susurro. La voz le había regresado, pero no hubo respuesta, ni movimiento, ni cualquier otra señal. Quiso hablar de nuevo... pero ya no podía. Paralizada como estaba, esperó, recordando que las plantas no tienen oídos. Ella sería buena y no se movería... Las imaginaciones regresaban, pues escuchaba algo parecido al retorcer de la madera vieja. El corazón se le subió a la cabeza, y podía sentir sus agitados latidos. Katherinne, con el ser despojado de voluntad, se hizo un ovillo. Ya no le importaba el olor agresivo, renegó de las sombras, ignoró el penetrante goteo y se había acostumbrado al picor y la humedad de la superficie en que se apoyaba. Sólo quería dejar de existir.


* * *

Tardó un largo tiempo en darse cuenta de que una vez más, se había movido. Y nada cambiaba. En realidad, la planta no se movería, sentenció. Entonces ella sí lo haría. Deseó en lo más profundo de su alma estirar el brazo, y lo consiguió. Volvía a ser dueña de sí misma.

Así, se arrastró sobre la montaña deforme. A menudo tenía que detenerse, porque sus piernas o sus brazos se hundían en una sustancia pegajosa, o su ropa, que se enganchaba en todo, la entorpecía. Continuó, sin dejar de ser atacada por la inquietud. Las lágrimas, reprimidas por mucho, salían, acompañadas por un triste gimoteo. Lloraba, sí, pero estaba luchando.

El mar mugriento parecía no tener fin. A oscuras no sabía cuánto había recorrido y le parecía mucho. Por enésima vez, su cuerpo la limitaba. Sus extremidades estaban muy agotadas y tuvo que detenerse. La pobre no sabía qué hacer ya.

Sintió entonces una bocanada de aire caliente, y para culminación de sus horrores, un crujido tan real como el dolor en sus manos arañadas. A continuación, oyó pasos. Unos pasos esforzados que se arrastraban. Y una ruidosa respiración. La oscuridad quedó rota cuando de una esquina no muy lejos de ella irrumpió un candil, agarrado por una mano gris. La luz de la llama amarillenta dejó el lugar a la vista. El corazón le dio un vuelco y toda ella quedó inamovible. Ya no estaba sola...


martes, 13 de noviembre de 2012

Delirios de un aprendiz de escritor II - Héroes que maduran

A medida que una persona persigue sus metas, va dándose cuenta de que ella misma va cambiando. Al contrario de lo que dicen los médicos, no dejamos de crecer. Que aparezcan las primeras ojeras es crecer. El pelo cayendo a causa del tiempo es síntoma de crecer. Las arrugas dan seriedad a la expresión facial. Todas las experiencias dan sentido a lo que somos hoy en día. Y claro... Uno no puede evitar mirar al pasado, y comparar lo que había antes frente a lo que hay en el espejo ahora. Aquellos que practican el arte de escribir a lo largo de su vida lo saben muy bien.

Los héroes, ay de los héroes que viven en nuestros corazones. Al principio, nuestros héroes eran personajes puros, ideales, que no pestañeaban en actuar cuando el mal venía. Éramos felices viendo cómo ellos se enfrentaban de una forma romántica a todos los contratiempos, y el bien siempre ganaba. No teníamos dudas que hoy en día nos parecen obvias, tenemos que cuestionar todo, que buscar la lógica de las cosas. Los razonamientos de la mente madura hacen que hoy ya muchos no podamos tragarnos una película de ésas tan épicas. ¿Cómo son nuestros héroes de ahora? Aquellos bañados de realidad. Hoy, un héroe no puede llamarse héroe sin tener un pasado oscuro, algo que le haya influenciado para salir de la gran marabunta gris que también podemos llamar gente normal. Y además el héroe no tiene por qué ser tan bueno. Siempre hay fallos de raciocinio y de proceso, hasta los más bienintencionados se pierden a menudo. Llegados aquí, por cierto... ¿hay un mal? ¿hay un bien? No. Hay una masa borrosa llena de culpas y crímenes, pero también llena de matices y prejucios. Difícil lo tendrían nuestros héroes del pasado para enfrentarse al mal sin que se les tirara encima la mitad de la gente que está en el bando del bien, verbigracia aquellos amigos de lo políticamente correcto. Muchos dicen no, ya no es tiempo de héroes, porque no son lógicos.

Hay escritores que optan por los antihéroes para protagonizar sus historias. Aquellos llenos de duda, decepción, torturados y deformados por la vida harto conocida por todos. A lo mejor no son buenos. Quizá son incluso malos... pero no es culpa suya. Es culpa del entorno. Son monstruos creados por la sociedad que crea el escritor. Una sociedad que en la mayoría de casos se puede equiparar a la nuestra. Los antihéroes no son amables, ni adorables y muchas veces merecen nuestro odio. Y para no exagerar con idealismo, tampoco hacen grandes proezas. Quizás mueren deshonestamente y son detestados por el mundo, pero ya en el futuro (algunos) los amarán por las locuras que han hecho. Los héroes agridulces que podríamos ser nosotros mismos, dado el caso.

Hay quienes deciden no imitar un mundo real y quedarse en la jugosa fantasía de la infancia. Pero, los héroes del pasado tampoco les llenan. Tienen que ser encantadores y románticos, protagonistas de historias conmovedoras en mundos exóticos, pero con un paso un poco más allá. Porque en este caso el escritor también quiere hacer algo más que transmitir emociones y darnos ese agradable calor de estar leyendo un libro emocionante. Quiere que al cerrar las tapas nos quedemos pensando y relacionar eventos virtuales con eventos que quizá son parecidos... en nuestro día a día. Los héroes ya no son tan inocentes ni tan planos como acostumbrábamos. Los escritores nos aburren posiblemente con nuevos pasajes, relacionados con las vidas pasadas de los personajes y sus ambientes, que quizá interfieren con la dulcísima épica, pero que son necesarios para que los entendamos mejor. Para ver por qué hacen lo que hacen. Y sus enemigos también nos son desvelados con lujo de detalles, para que podamos ver que incluso detrás del villano late un corazón. Estas historias son las que nos emocionan hoy en día tanto como lo hicieron los viejos e inocentes héroes que ya se nos antojan muy planos. Y entonces, algunos que leemos nos planteamos: ¿Y si el mundo donde las flores son negras y el cielo rojo fuera el de nuestros días? ¿Y si el héroe indeciso pero plagado de virtud fuera la madre pobre que nos encontramos todos los días en la puerta del supermercado? ¿Y si el príncipe maligno que castiga a sus súbditos fuera...? Los creadores de los héroes maduros se inspiran en algo, amigos.

Con esto sólo quiero invitaros humildemente a pensar un poco más en lo que leemos. A atrevernos a buscarle tres pies al gato e imaginar por qué los escritores que nos inundan con fantasía nos muestran las historias que nos muestran. Opino que todo aquél que quiere entretener, conmover, también quiere, aunque seguramente de forma implícita, enseñarnos algo. Siempre. Hay que ir con cuidado y tener un poco de picardía.

Un saludo a todos,

Salvador Bas

martes, 18 de septiembre de 2012

Delirios de un aprendiz de escritor - Post-vacacional y cosas de móviles

Toc, toc. Probando. Vale, parece que esto funciona.
Hola. Soy Salva. Creo que esta es la primera vez que escribo por blogger siendo yo (es decir, ya me entendéis, sin hacerlo a través de una voz narrativa), y se me hace un poco raro. Pero me gustaría comunicaros algo a vosotros, que me leéis.

En primera instancia quiero agradecer vuestra fidelidad y vuestros comentarios, tanto dentro como fuera del blog. Es gratificante obtener feedback en el asunto este, ya que a veces parece que uno está solo en este pequeño mundo literario que tenemos montado.

Por cierto, sé que este verano he estado muy ausente, y hoy ya puedo decir que he vuelto con la batería al cien por cien. Por ahora me tomaré la libertad de aflojar un poco mi estilo en entradas como esta, menos emocionantes. No os preocupéis, ya estoy trabajando en lo típico que se acostumbra a ver en este sitio. Ah, y el otro día Katherinne me envió una carta donde me verifica que está sana y salva, así que pronto volveremos a saber de sus aventuras.

Pasemos al segundo punto del día. Las nuevas tecnologías avanzan como una locomotora (vaya, qué paradoja) y no quiero quedarme indiferente durante demasiado tiempo... así que he decidido habilitar la versión del blog para teléfonos listos (sí, esto es una traducción literal del inglés smartphone). Ya casi todo el mundo tiene uno, así que era cuestión de tiempo que el sistema literario engullera parte de su potencial. Mis queridos lectores y lectoras podrán leerme en los ratos de espera en soledad, y yo podré experimentar esta forma de escribir tan 2.0. La inspiración viene de forma insospechada, y llevar esto encima me ayudará a derrocharla y refinarla. Además, es agradecido poder cambiar de aires mientras uno escribe. Los pintores van al aire libre a pintar paisajes. Los escritores sacan fuerza de lo que les rodea antes y en el momento creativo de una forma similar. Entonces esto suena muy bien para mí, aunque sigue siéndome muy raro unirme a algo que me atrevo a llamar "literatura móvil". Me recuerda a la novela de folletín del siglo XIX, uno de esos géneros buenos pero a menudo menospreciados. Como sea, aún es pronto para que me decida a ser partidario o detractor de escribir con el móvil. La primera impresión es de utilidad, una utilidad algo incómoda.

En fin, no me extenderé más. Un día de estos volveré a hablar en primera persona para retomar el tema de la inspiración literaria. Os mando un cariñoso saludo.

Salvador.

lunes, 23 de julio de 2012

El castillo blanco 3 - El jardín de las flores lunáticas


Ahora Katherinne y Kountley se encontraban ante un enorme jardín que ocupaba todo el patio del castillo. Había muros y estatuas de arbustos, de colores usuales como el verde, o tan raros como el rosa brillante. Ante ellos, había orquídeas, rosas, camelias, margaritas, cactus… Y otras flores que Kathe no logró reconocer. Árboles muy altos, o bajos, rectos y curvos, con las ramas en espiral, picudas, alargadas, rechonchas, viejas y jóvenes…  Hasta donde se extendía la vista. Un extraño espectáculo para la vista, iluminado por la enorme luna. Justo a dos pasos de ellos encontraron un cartel, que rezaba: Jardín de las flores lunáticas. No molestar al señor de éstas.

A lo lejos, se podía oír un canto de timbre muy dulce, pero con una melodía un tanto estridente y repetitiva. Algún pajarillo se estaba esforzando en cantar algo alocado, o demasiado moderno. A Kathe le gustaba mucho lo que veía, pero no separó la mano de su padre. Caminaron, y a ella le pareció que pasaran horas. Las plantas cada vez eran más extrañas: retorcidas, demasiado alargadas hasta el punto de perder el equilibrio, con ojos… Puaj.

Entonces se encontraron con una bolita de pelo blanco en medio del camino empedrado. Se acercaron con cautela, pero ésta se movió para volver a su forma original. Era un gatito blanco precioso, muy muy pequeño y de ojos azules como zafiros. Cuando Kathe se acercó a tocarlo, el gatito se estremeció, le clavó la mirada y le lanzó un chirrido tan ruidoso como molesto. Resonó por todo el jardín, y algunas aves escondidas en los árboles emprendieron el vuelo. Katherinne cayó al suelo del susto mientras el gato huía  sendero arriba.

Esto no puede ser  bueno murmuró Kountley, después de ayudar  a su hija a levantarse.

Justo cuando ya estaban en pie, el ruido de unos pasos metálicos rompió la calma relativa de después del  susto. Algo estaba viniendo. Kathe se pegó más a su papá. Y llegaron. Eran unas criaturas alargadas, de madera recubierta con metal, como marionetas pero sin los hilos, un poco más bajitas que Katherinne. No dejaban de moverse de un lado hacia otro, porque quietos no podían mantenerse de pie. Esto provocaba que emitieran sonidos de madera rozando y hierro haciendo cric cric. Kountley dio un paso al frente para ponerse entre los muñecos y su hija. Ella no sabía qué hacer.

¡Kathe, hija, escapa! le ordenó, mientras sacaba su espada.
¿Pero y tú, papá? 

Él rió mucho, alejando a los monstruos con su arma según se aproximaban, chirriando. Le dijo que no se preocupara, y que corriera tanto como pudiera. La pelea iba a comenzar. Ella corrió, corrió tanto como sus pequeñas piernas le permitían, hasta que vio acabar el sendero en un gran muro de ramas y hojas. Oyó ruidos y miró atrás. Dos de esos muñecos malvados la estaban persiguiendo. Gritó y siguió corriendo, saltó, y atravesó el muro de arbusto. Su vestido se rasgó un poco después de aquello, pero no le importaba. Continuó, porque sabía que los muñecos la seguirían. Y vio nuevamente su camino obstaculizado. Había un riachuelo, cuya agua tenía un color azul antinatural. Tan extraño. Pero no quería que la atraparan. Al llegar al lecho, intentó saltar, pero tropezó con la piedra que le iba a servir de apoyo, y se mojó toda. Quería llorar, pero en vez de eso se levantó, porque pensó en su papá. Él no querría que su hija fuera una cobarde que se rinde a la primera. Así que escapó, mientras unas plantas con ojos la miraban y los monstruos se detenían a los pies del riachuelo.
Al fin, se detuvo. Estaba agotada, magullada, mojada y con arañazos en el vestido. Observó un poco para saber dónde estaba, mientras recuperaba el aliento. Entonces sus ojos encontraron a un enorme ruiseñor con un sombrero de copa, que también la miraba.

¡Piojo! ¡De la sartén a las brasas! dijo melodiosamente el ruiseñor.
¿Quién eres? preguntó Kathe, con algo de miedo y avergonzada.
Yo soy el amo de este jardín, y me llaman Ruin Señor. ¿Qué haces en mi jardín, piojo?
¡Yo no soy un piojo! Me llamo Katherinne.
¡Piojo! ¡Piojo! ¡Piojo! canturreóNo has respondido a mi pregunta.
¡Vengo a decirle a la bruja que saque a mi madre de la prisión! exclamó Kathe, indignada.
¿La bruja? Hace muuuuuucho que no se pasa por aquí. He de pensar qué hacer contigo…
¿Conmigo? Qué…

Pero era un poco tarde para quejarse. Unas ramas alargadas de enredadera se entrelazaron en sus piernas y brazos, y la mantuvieron apresada en el aire. Ella gritaba, mientras Ruín Señor la miraba y se reía melodiosamente.

¡Ah! ¡Diles que me suelten, por favor! dijo Kathe, mientras se le acercaban dos flores violáceas con fauces y mucha hambre.
¡Piojo! Eres un piojo maleducado. Creo que te tiraré al agujero. ¡Al agujero!

Kathe seguía gritando, mientras las enredaderas se retorcieron como una catapulta. Segundos después, fue lanzada por los aires. “Aaaaaaaaaaah”. Eso fue todo lo que dijo. Luego empezó a caer… Veía otra planta, muy alargada, terminada en flor. Y dientes. Ñam. Ella no quería ser comida de planta. En clase le habían dicho que algunas plantas comían insectos. Pero ella no era un insecto. No era un piojo. 

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Y la planta se la tragó. Seguro que estaba rica. Bueno, no menos que un pastel, pensó.

lunes, 4 de junio de 2012

El castillo blanco 2 - Una discusión pintoresca

 *Tengo que pedir disculpas por mi tardanza en traer la segunda entrega de esta historia. Aquí sigue, espero que la sigáis degustando con alegría. ¿Nunca os ha pasado que estáis en un sueño muy extraño y no sabéis si estáis en una pesadilla o en un mundo de alegre fantasía?*




Padre e hija no tardaron en atravesar por entero la azul pradera. Ante ellos tenían un valle de suave pendiente que terminaba en un riachuelo juguetón de aguas centelleantes al compás del cielo caleidoscópico. Atravesándolo en forma de arco poco regular, seguía el sendero, convertido en puente de piedra oscura, que podría venir de algún volcán. Sorprendente quizá, pero Katherinne estaba distraída, absorta por la calidez de las manos de aquél príncipe encantador que la acompañaba.

Atravesaron el puente, y siguieron hacia el castillo, que crecía a cada pasito. Andando tranquilamente avistaron a dos bultos al lado del portón, que visto ahora captaba a los ojos por su color rojo cristalino, decorado por hilos de metal plateado que lo entrañaban. Katherinne se distrajo contemplándola, hasta que vio que debía preocuparse más por esos dos bultos extraños, color gris oscuro, que empezaban a moverse. Uno de ellos, el más larguirucho, tenía un aspecto muy rígido, como si fuera una persona dibujada con reglas y escuadras. Su cabeza no era menos curiosa, tenía la forma exacta de una cafetera. En la mano llevaba un objeto alargado y polvoriento como ellos, pinchudo. El segundo bulto era más redondeado. Tenía más forma de bulto. Era un cerdo gordito con traje de militar romántico, ojos respingones y cara de chiste. Un chiste muy malo, por cierto. Parecía que no quisieran separarse del portón.

Cuando el príncipe y la pequeña Kathe estuvieron a unos pasos de ellos, la cafetera andante alzó su brazo, emitiendo un sonido de metal chirriante. Con un gesto rápido pero patoso, el cerdo cogió el objeto alargado que restaba en las manos del otro. Ambos forcejearon.

—¿Qué haces, Barry? —dijo la cafetera, articulando las palabras abriendo y cerrando la tapa. Tenía voz de tuberías y castañuelas.
—¡Hay gente, Potty! Me dijo vuestra merced que me dejaría llevar la lanza un rato cuando aparecieran intrusos —se quejó el cerdo, que tenía voz de estofado.
—¡Cerdo bobalicón, eso te lo acabas de inventar! —le respondió, forcejeando. El cerdo le ganaba la batalla porque estaba más ancho.
—¡Eso no es verdad! —soltó finalmente el señor cerdo, tomando la lanza triunfante— Ajá. Mi preciosa lanza. No le va a molestar que la lleve yo un rato.
—Perdonad, caballeros —interrumpió Kountley, que estaba bien sorprendido— ¿A qué se debe esta discusión?
—¿Habéis llamado caballero a ese cerdo engreído? —le preguntó la lata.
—No sea vuestra merced ruda, que con esta afrenta apenas nos hemos presentado —dijo humildemente el cerdo, todo pomposo con su lanza. Se aclaró la voz, y prosiguió—. Yo me llamo Barry, y soy la gárgola cerdo, guardián del Portón del castillo. Éste mochales que tenéis a mi lado, es Potty. No es mala chatarra, pero entre nosotros, tiene muy en la cabeza que es un caballero, cuando sólo es una cafetera.
—Eso no es verdad, Barry. Soy un caballero nombrado por la bruja, y esa lanza es mi arma fiel.
—No tan cierto vuestra merced, pues la bruja nos dio ese arma para los dos, para que así pudiéramos custodiar la entrada del castillo.
—¡Pero si sólo es un palillo grande! -sentenció Katherinne. No le faltaba razón, su preciada lanza no era más que un gran artefacto para sacar los alimentos que se enganchan entre los dientes. Las dos gárgolas se quedaron perplejas. Potty la señaló.
—Oh, menuda desfachatez ha dicho. ¿La has oído, Barry? Es extremadamente divertido -cada vez que terminaba una frase, la tapa chocaba con la parte de abajo de la cafetera, haciendo sonidos de cacerolas, cucharas y platos- ¡Identifíquense, extraños!
—Hola Barry, Potty —dijo Katherinne mientras hacía una dulce reverencia—. Me llamo Katherinne, y soy una niña humana. Él es mi papá, se llama Kountley y es un príncipe, así que tenéis que respetarlo. Queremos entrar.

Su padre se sonrió y la imitó con una reverencia majestuosa.

—¡Oh, un príncipe y una bella infanta tenemos delante! —señaló Potty, reverenciándose. Hizo entonces que Barry también lo hiciera, con un empujón.
—¡Ay! —exclamó Barry— Pues gustoso estoy de saludar a vuestras mercedes. Pero no podéis entrar aquí, porque sólo podrán hacerlo aquellos que tienen el corazón puro.
—Sí —continuó la cafetera—. Y hace siete siglos que no viene por aquí nadie con el corazón puro.

Kountley miró a Katherinne. Sus ojos plateados la mareaban un poco. Ella vaciló momentáneamente, pero se encaminó a pasitos rápidos hacia la puerta. Potty entonces intentó quitarle la lanza a Barry para detener a Kathe, pero quedaron los dos forcejeando con el objeto en medio. Katherinne simplemente pasó por debajo de la lanza. Como era bajita, no tuvo problema. Puso una de sus tiernas manos sobre la puerta de rubíes. Se movió, y no poco, pues en dos segundos quedó abierta de par en par. Los dos guardianes se sorprendieron de la heroicidad de Kathe, y se pusieron a un lado, cediendo el paso a la pareja.

—¡Una niña con el corazón puro! —exclamaron ambas gárgolas a la vez, y se quedaron rígidas, mirando al frente. La lanza estaba en manos de Potty, por cierto. Katherinne se despidió amablemente de los dos simpáticos guardianes. Así, se adentraron en el castillo.

—¿Ves, hija mía? Eres una pequeña heroína —susurró Kountley, orgulloso.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El drac que ens roba els somnis


*A veces me inspiro, y la inspiración no conoce idiomas. Ciudades mágicas que nos llenan de sensaciones... Bon apetit*

A ella li van explicar que valia la pena anar a veure com es festejava la diada de Sant Jordi al cor de Barcelona. “Que hi ha pocs dies d’homenatge a la lectura i la cultura”, deien els seus companys de classe. Com sigui, estava farta de que la seva mare la escridassés contínuament -­­a causa de les maternals paranoies-, ja n’hi havia prou, quina setmaneta! Es digué a si mateixa que aniria a la Rambla i es compraria un llibre.

No va tardar gaire en banyar-se en l’atmosfera atractiva d’aquell carrer tan ample i ple de botiguetes. Tot i la cridanera multitud, va quedar hipnotitzada per la màgia de les façanes acolorides que demanaven atenció quasi sensualment. Així, i d’una forma inconscient, s’endinsà al laberint clarobscur del barri gòtic. Va deixar de banda els guies turístics atraient ramats d’ovelles entre gemec i gemec. Estava abstreta, abraçada per tota la història, pensant en com devia ser la vida fa anys i panys en els estrets carrerons.

Mentre li volava pel cap tota la distracció metafísica, no es va adonar de que se li va soltar la cordeta que subjectava la seva sabata. Va quedar al terra, però ella seguia caminant. Bé que va tardar en reaccionar.
Buscant-la es va perdre pels carrerons. Ja ni tan sols sabia on era! Va decidir llavors tornar a casa. Per què aquella zona no li sonava de res? Semblava que mai acabaria de conèixer el barri antic al complet. Finalment va trobar una parada de metro.

No, definitivament no era el seu dia. A la parada només hi havia una línia, amb només una altra parada. La cova del drac. Li semblà estrany, però va decidir entrar, ja que després de tot, segur que li duria fora del remolí de carrerons.

Coixejant com anava, va sortir. Era tot fosc, extremadament fosc. Realment, era una cova, tota plena d’objectes diversos: una roda, una camiseta, un rellotge, caramels, un portàtil, una sabata... La seva sabata! Què? Entre les tenebres va sorgir una bestia, el drac, amb la seva enormitat de boca, de coll, d’urpes, de tot. Escamat i de color ferro rovellat, treia fum per totes les extremitats. Una criatura de ferralla ardent.

Ella va retrocedir, instintiva, però no va fugir –igualment el tren ja havia marxat- així que l’encarà com si fos dama de guerra. Havia de recuperar la seva apreciadíssima sabata, base del seu caminar.

Gairebé ni va tenir temps de pensar altra cosa, el drac li va escopir una flamerada incessant, i ella va veure dins el foc moltes, moltes lletres, a més de les imatges en blanc i negre de la seva mare horrible cridant, i el senyor del barret i la bossa de pasta amb els discursos. Se la estaven menjant... paraula rere paraula.

Llavors es va protegir amb els braços i amb tot el cos adolorit pel foc de les paraules, va cridar “No!” com ningú ho havia fet abans. Aquella senzilla paraula, tan potent com els raigs del sol, va trinxar el cor del drac com si fos la espasa del més embravit dels cavallers. La gran muntanya d'objectes, fetitxes de molta altra gent, símbols de la seva llibertat atrapada, es va enlairar i es va arremolinar, fent la forma d'una gran rosa. Desaparegueren, just per tornar amb els seus amos. Les veus dels monstres de tots van fer silenci, per un moment.

Sí, aquell moment, aquella epifania la va diferenciar de tota la resta de mortals que vivien a Barcelona.

jueves, 1 de marzo de 2012

El castillo blanco - 1


*Me he animado a seguir una tradición muy concurrida por los señores de las revistas: estoy creando una historia por entregas. Relatará las aventuras de una niñita en un mundo extraño, plagado de fantasía oscura y belleza idealizada. Será un experimento de imaginación profunda a caballo de viejas historias fantasiosas de niños, como Alice In Wonderland. Subiré partes cada mes aproximadamente, ¡bon apetit!*





Hace muchos, muchos años, en una tierra perdida bañada por la luz de la luna, había una colina azul que estaba rodeada por un bosque de pinos frondosos. Allí, siempre era de noche, y la luna blanca era la que daba calor y alimentaba a las plantas.

Acostada sobre una cama de hierbas mullidas, se encontraba una niña muy bonita de cabellos lacios. Llevaba un vestido oscuro muy largo para una niña, que le hacía parecer una princesita de cuento. Aquella noche, se había acostado tarde en la cama de su casa, aquella casita al lado del río y la pradera soleada. Y tardó en dormirse porque hacía tres días que su mamá no volvía del pueblo. Ahora había despertado en aquel extraño mundo, sobre la cama de hierbas azules.

Extrañada, se levantó y dio una vuelta sobre sí misma para observar lo que había alrededor. Tocó la hierba azul y dijo “qué hierba más rara”, miró el bosque que se extendía hacia lo lejos colina abajo y dijo “qué árboles tan raros”. Eran de color azul marino. Miró hacia arriba. El cielo nocturno estaba claro, y podía ver en él un precioso dibujo de estrellas y planetas de colores, coronado por la Reina Luna, y dijo “qué grande es la luna esta noche”. Y realmente era enorme, llena, y plateada. Bajó la mirada un poco, y quedó sorprendida. En la otra parte de la colina, que era muy extensa, había un castillo muy muy grande. Parecía como hecho de perlas: blanco, tan puramente blanco que brillaba al son de la luz de la luna. Sus torres estaban en cantidad, y eran tan altas que desafiaban al mismísimo cielo con sus puntas afiladas. Las ventanas tenían vidrieras de colores místicos, que brillaban como las piedras preciosas en las coronas de los reyes. Unos muros solemnes hacían la parte delantera de la gran fortaleza, y estaban guardados por gárgolas que tenían forma de monstruos y de ángeles. Y el portón también se veía de tan lejos. Parecía de metal, porque relucía aun más que las paredes del castillo. Todo entero emanaba un aura plateada que encandilaba los ojos de la jovencita. Entonces, alguien la llamó por su nombre:

¡Katherinne!

Nuestra niña se volvió hacia la voz que la llamó. No muy lejos de ella, se acercaba un hombre con aspecto de príncipe. Era alto, y lo primero que destacaba de él era una capa negra aterciopelada, muy larga, que ondeaba al compás de su movimiento. Avanzaba, y Katherinne podía ver destellos de su ropa oscura, que era soberbia, ribeteada en tonos plateados. Además, colgaban de su cintura algunos instrumentos, entre los cuales ella distinguió una especie de violín antiguo y una espada. Cuando estuvo a escasos metros, se detuvo.

Entonces Kathe se fijó en su rostro. Le era curiosamente familiar. Era ligeramente alargado, de piel clara aunque ligeramente poblado por barba. Tenía el cabello moreno, tan lacio como el de ella, y recogido en una cola larga que se perdía en su espalda. Sus ojos eran mágicos, casi plateados. Éstos infundieron en ella una sensación muy extraña. Lo había visto antes. Pero no tenía miedo… más bien sentía confianza hacia aquel hermoso príncipe de las sombras. Se sonrieron con eterna afabilidad durante unos instantes.

¿Papá? Dijo la pequeña ¿Eres papá?
Mi dulce y encantadora Katherinne contestó el príncipe Has crecido mucho. ¡Al fin has venido!

Se abrazaron en un tierno instante. Katherinne apenas lo conocía, pero sabía que era su padre. Mamá le contaba que él se había ido, que ya no estaba con ellas… Pero ella sabía que algún día conocería a su papá. Y allí lo tenía.

Hija mía, llevo tantos años esperando volver a verte… dijo él Pero a la vez lamento que estés también atrapada en éste mundo. Quiero que me escuches con atención.

Katherinne se sentó en la fresca hierba, y abrió las orejas a aquél papá soñador del que su madre le había hablado tanto.

Hace años, este mundo me engulló y me arrancó de mamá y de ti —dijo él. Yo pensaba que no os volvería a ver, pero empecé a investigar. Aquí hay muchas criaturas, casi todas muy curiosas y habladoras, buenas y malas. La más malvada y la horrible de todas ellas es una bruja que reina en aquel castillo en la distancia. Ella y yo no somos muy amigos, y siempre me ha visto como un intruso. Sus secuaces malos me persiguieron, tenían formas muy extrañas, monstruosas, pero a la vez encantadoras.

Oh, pobre papá musitó ella, abrazando sus piernas—. Habrás estado muy solo.

Uy, solo no. Las criaturas de este bosque me acogieron y cuidaron de mí. A cambio yo les enseñé poesía, a cantar y bailar dijo él, sonriente- Eran muy felices. Con su ayuda he podido eludir a la bruja reina, y he vivido muchas aventuras, todas muy emocionantes, y con final feliz. 

¿Como los cuentos? Preguntó Kathe, ilusionada ¡Me gustan las historias con final feliz! —De hecho, le encantaba leer y que leyeran historias de fantasía. Siempre imaginó que su papá sería un poderoso caballero que atizaba a los malos con su espada dorada.

Sí, a mí también le dijo, devolviéndole una sonrisa- Pero no parece que siempre fuera así, porque hace tres días, la bruja conjuró sus poderes astrales para realizar un conjuro. Así, pudo viajar a través del tiempo y del espacio. Encontró a mamá, y se la llevó al fondo del castillo blanco. Ahora está encerrada en una de las mazmorras más profundas, y no la va a sacar si no me entrego y me caso con ella.

¿Con la bruja? ¡Eso es horrible, papá! Exclamó Katherinne- Pero tú no lo harás, y rescatarás a mamá. ¿Verdad, papá?

Su padre revolvió su pelo y sonrió.

No, cariño mío. Yo no puedo. Pero tú si, y yo te ayudaré.

Pero yo no soy ninguna heroína, papá…

Claro que lo eres dijo él, asintiendo Sólo los de corazón puro pueden pedir a las puertas del castillo que se abran. Sólo los de corazón puro podrán atravesarlo sorteando todos sus obstáculos y sus misterios. Yo no puedo hacer eso, hija mía, porque mi corazón está corrompido por la sombra.

Oh, ¿eso es malo, papá? preguntó con inocencia.

-No tiene por qué, Kathe. Pero eso ya me impide entrar ahí. Tuve suerte del error de la bruja al sacar a mamá, porque a la vez también te invocó a ti. Te necesito y por eso te llamé. Una niña tan hermosa y tan pura como tú tiene lo que se necesita para llegar ahí dentro.

¡Quiero rescatar a mamá! dijo la niña Pero tengo miedo.

No tengas miedo. Recuerda a los héroes de los cuentos. Ellos no se echarían atrás le respondió, y le dio la mano.

Ella dudó unos instantes. Su madre estaba encerrada, y su padre, un escurridizo juglar de los bosques que había sorteado muchos peligros pedía su ayuda. La pequeñita guerrera de dentro de su corazón dio un brinco. ¡Era hora de jugar!

Tomó la mano de su papá, Kountley, y juntos atravesaron la pradera camino al castillo blanco.

sábado, 14 de enero de 2012

Soñador

 Al caer la noche su corazón errante se apodera de él. Digamos que, el resto del día entretiene su ser con muchas tareas, y su mente se evade hacia la realidad más material. Sin embargo, las horas son caídas, y a medida que los colores se desvanecen, su mundo se hace más pequeño. Cuando resta en su pequeño santuario propio, su habitación, sólo queda con sus pensamientos.
No lo puede controlar. Es su alma, que le hace experimentar, que vuela tras estar todo el día recluida. Enciende a su amiga de cera, y deja caer su cuerpo sobre la cama encantada. Sus ojos se cierran.

Ya había vuelto a su lugar. El joven estaba de pie, en un jardín oscuro cubierto de hierba antinatural, de un color morado escaso de vida. Un seguido de hierbas de formas curiosas asomaba entre las gruesas hojas violáceas, como hilos y espirales venidas de los océanos abisales. Éste, y sólo éste, era su jardín secreto. Sólo para él. No lo entendía, dada su edad, aún necesitaba escapar de tal forma del mundo real. Quizás nunca había dejado de ser niño, o quizás ese paraje de plantas alimentadas por la luz de la luna era menos ficticio de lo que pensaba.

Emprendió el paso, como siempre. Las nieblas que tenía ante él se le abrían y le daban la bienvenida. Sin muchas prisas, llegó a un lago puro como un espejo. Su agua era de obsidiana, y el reflejo de la luna era como un broche de plata. El joven sabía que la hierba allí era mucho más cómoda, así que se sentó de rodillas. Volvió sus ojos azules, erráticamente, hacia el cielo. La Luna descendía en rayos blancos que llevaron su mirada al reflejo en el agua. Él respiró hondo, fresco. Ante él aparecían varias manos de un gas brillante, que acariciaban su cuerpo y lo despojaban de sus vestiduras. Lo tocaron así durante unos momentos, y luego se apartaron poco a poco de él, suspendidas. En su despedida, se desvanecieron en el aire.

Un par de lágrimas caían por sus mejillas claras. La soledad penetraba en él hacía unas horas, y entonces estaba alcanzando su punto álgido. Su ser, hondamente solitario, ansiaba un alma gemela. “Parajes tan hermosos existen para recorrerlos en pareja” pensó.

Solo y frío se sentía. El calor de todas las cosas parecía salir despedido, irradiado alrededor de él. Un alfiler de hielo arañaba lo más profundo de él. La cabeza le descendía, la mirada se volvía perdida, y sus brazos en un intento desesperado de encontrar algo, o mejor dicho alguien se aferraron a él, abrazado.

Un destello lo sorprendió levemente. Las luces del reflejo lunar cobraban vida. Salían de la superficie del lago y se acumulaban, para formar una especie de holograma tridimensional. Se alargó y brilló más intensamente, en una transformación lenta. Acabó por adoptar una bella forma de mujer, toda de plata. Era exactamente como la señorita a la que él amaba en silencio, todos los días, la dueña de sus pensamientos y la razón de todos los suspiros. Además flotaba, pues salían un par de alas férricas de su espalda. La dama extendió su delicado brazo hacia él, y flotó suavemente en su dirección.

El joven observaba sorprendido, y también se acercó. Se tomaron las manos. Ella tenía un tacto muy liso, como si fuera de mármol perfectamente tallado, también cálido. El chico aproximó la mano de plata a su corazón, y la sostuvo con ambas manos. Ella se inclinó, y lo rodeó con su otro brazo. Quedaron así fundidos, en silencio, y la escena se comenzó a oscurecer, desde fuera hacia adentro, hasta que los cubrió. Ya dormía.

Tras un largo sueño y placentero, René despertó abrazado a sí mismo, rodeado de un lío de sábanas. La vela que había encendido se había consumido entera durante la noche. Faltaban escasos minutos para que el despertador sonara. Es hora de volver a la realidad, amanece un nuevo día. Se consoló entonces, pues hoy quizá podría verla a ella…

jueves, 12 de enero de 2012

El Duelo

 *Este pequeño relato estrena toda una serie de cuentos sobre buenos caballeros, buenas damas, héroes y sus aventuras. Pretendo compendiarlos algún día y os mostraré alguno más otro momento.
El Duelo, específicamente, está bastante recargado de recursos, por lo que recomiendo para él una lectura sosegada. Espero que sea de vuestro agrado*






Se citaron medidamente en aquella excelsa colina, aquel bulto bien subido a unos ocho miles de pasos de su pueblo.

De cabellera de hierba verde, ahí está, coronada por un despreocupado almendro, cuyas ramas tocan el suelo. Curiosa es la cruz tallada en mármol, que desde no muy largo tiempo la acompaña. Tumba de algún caprichoso que no tenía mejor lugar donde dejarse enterrar, quizá. Noche oscura arriba, seca de nubes, clara de luceros. La gran piedra blanca ya se había pasado por ella.

“Aqueste viernes, cuando sea lo más oscura la noche, es decir cuando la vieja luna se haya marchado, será nuestra resolución”

Aquí están los dos. Rostro sombrío, mirada impasible, señores sombreros, ondeantes capas coloridas. Carnes jóvenes y  fuertes, de corazones embravecidos, pero quemados, heridos, rabiosos, destruidos.
Se acercan a tímido paso a la clara tumba. La observan. Del almendro al mismo tiempo despuntan dos capullos blanquecinos. Sentimiento de culpa, luego de desdén, luego de rabia, luego de desesperación, luego de odio. Mas no hay expresión en ninguno de los dos rostros.

Ahora se alejan el uno del otro con el paso bien firme, que hemos venido aquí a hacer algo.

¿De quién será el sepulcro? ¿De una madre, de alguna amada dama por ambos, un hermano caído, un semblante admirado? ¿Sería un enemigo? Qué más da.

Y ellos dos, ¿serán compañeros? ¿Viejos amigos, quizá? A lo mejor son rivales en el amor. Puede que sean hasta hermanos. ¿Enemigos jurados? Bien da igual.

Ahora se observan fijos. No abren la boca, pues, ¿es necesario?

“¿Queda alguna duda?” Preguntan los ojos de uno. “Ninguna” responden los otros, de vista serena. “Sabes lo que hay, pues”, volvió. “Batámonos ya”: iracunda mirada.

Paso apretado. Bien cerca, frente a frente. Ahora se vuelven, agitando sus plumas como pavos reales. Los corazones bombeando casi al son, a tumbos. Sonido de hierba, se levanta el pie. Uno. Dos. Contemos. Un gracioso viento que viene del bosque hace bailar las ramas del árbol expectante, mientras caminan rectos. Tiembla la pierna y el sudor se clava en las entrañas, que el viento dichoso ahora es frío. Veinte, queda poco.

Se gira el más joven. Va, empuña su pistola. Se tomó un buen tiempo al anochecer para cargarla bien. Cuando la eleva, emite un destello de noble acero, buena manufactura. Mira al otro: “Bien, apenas se ha girado”. Apunta. Su rapidez es ventajosa, ahora depende de su precisión… Pero treinta, y treinta pasos son muy lejos. Su pulso danza macabramente a la vez que su oponente ya lo está apuntando. Bum. Un fogonazo salvaje emerge, seguido por el humo. El joven tiene los ojos cerrados. Los abre. “Parece que sí le he dado” piensa. Él ha retrocedido en posición desequilibrada. ¿Va a caer? Bum, terrible destello. Calor en su cuerpo. Dolor. Ojos al techo estelar. Plof, cuerpo sobre la hierba.
Sorprendido está el ileso, pues él sí ha acertado. Su rival ha caído.

Se acerca para comprobar su victoria. Las tímidas flores del almendro comienzan a separar sus pétalos.

Golpeado por el destino, el muchacho abre los ojos. Palpa su camisa rasgada y nota los rubíes de sus carnes. Aun así sólo ha pasado rozando.

El casi exitoso gentilhombre observa sin crédito  como su contendiente se está levantando y echa mano a su cinto. Exhalación de fiero metal, brillo de pureza y un flamante estoque lo que acaba de desenvainar.

Deja su sorpresa entonces y arroja su pistola, pues de espadas es la hora. Juega con su bigote mientras enarbola su pesado sable, de poderosa hoja y aspecto imperial.
En silencio se ponen en posición de baile, y como dos rayos cruzan sus armas, que suenan coreando con el viento y las ramas del árbol mesías. Danzan soberbiamente, calculan, encajan, buscan un punto débil inexistente. La furia incrementa, así como las nubes visitan un cielo aún muy negro, pero con tonos morados. Avanzan y retroceden, golpe aquí, estocada allá. Es poesía el sonido de las agujas, diabólicamente encantador.

Una sonrisa acaba de caducar en el rostro bigotudo. Puntiaguda y rápida ha sido la hoja que ha penetrado la pierna derecha. Grito de dolor, pero retrocede y hace su guardia. Severo corte ahora en la espalda del desdichado joven. Siguen peleando, pues tienen en el alma grabadas la virtud y el valor. Los ríos carmesíes fluyen y tiñen la hierba, las heridas nuevas aparecen. Ya no es música esta pelea, pues la ira se traga las florituras y el baile. Ahora es un caos de jadeos, sangre y tajos furibundos. Aun así sigue sin aparecer palabra apreciable.

Los pétalos blanquecinos despiertan, que el señor de madera y soberbia cabellera quiere enseñar su esplendor a los espadachines. Cling, clang, uh. El plano celeste es gris, los nubarrones lo absorben sin ninguna sutileza.

Se observan los luchadores. Tienen las vestiduras rasgadas y ensangrentadas, curtidos portes embellecidos de forma macabra. Su motivo debe ser crucial, pues cargan de nuevo, voceando en sufrimiento y cólera. Salvaje patada se acaba de llevar el joven, su esternón cruje y casi sale despedido. Sin control impacta fuertemente contra el almendro, sus vivos rojos impregnan el tronco, y algunas de las bellas flores, ora blanquecinas, ora como rosas de pasión.

Y tras el golpe salvaje espada pretende casarlo con el tronco. Es esquivado y el pomposo árbol recibe la tremenda acometida. Por presumido.

Las espadas pierden fuerza, y no por voluntad. Lastimosos, no dejan de pelear: Son galardones de obstinación, o bien de sinsentido, según se vea.

El más mozo apoya su ser al grandioso vegetal que lleva su sangre, y la agotada espada rival encuentra temprano su pecho, y tanto lo quiere que lo atraviesa entero. Moribunda estocada le devuelve, casi cayendo sobre él, para terminar el sufrimiento de golpe, parado el corazón.

Muerto. Se desploma a pies del solemne tronco, y así lo riega. El joven ve venir su final poco a poco. Camina patoso, sin rumbo ni ritmo. Tropieza y la terrible hoja lo acaba de ensartar a reacción del suelo. Está encima de la imperativa cruz blanca, y ya como el honorable acto ha terminado, la rodea en sus brazos como a la más amada doncella. Se escurren los rayos de sol al romper las nubes, y el viento ya está calmado. La luz tapa sus ojos y él abraza el mármol, se funde con él. Sonríe. Está frío… Cuasi tanto como su cuerpo. Frío, frío, frío.

Ahora es la negra dama la que lo tiene en sus brazos.

Y así el almendro gozó de nuevo color para sus retoños. Dos almas que se van. Por un motivo que ignoro. Y apuesto a que ambos eran buenos hombres, de civilizados actos y gran nobleza, buena cuna.

Pasiones, pasiones que se llevan lo más bello. Y viejos árboles que nos lo cuentan.

Fin.

martes, 3 de enero de 2012

Void (vacía)

 Tanto arriba y tanto abajo
su alma y su empeño
su corazón y su vida
toda ella está partida.

Solitaria sigue
todas las noches en su lecho
abrazada está al aire
en sus brazos sostiene, pero no hay nadie

Ella sale y observa,
en estos tiempos primaverales
tantas gentes juntas en besos
mira y sus sentimientos no quedan ilesos

No deja de buscar
aunque cada día está más sola.

Nadie puede negar
que no deja de intentarlo
pero no deja de fracasar
la suerte le abandona, le deja pesar.

Ella ayuda a sus queridos
a encontrar lo que ella no tiene
con sus consejos ellos lo consiguen, el amor
pero nuestra dama sola sigue...

¿Quedará o bien habrá,
alguien que pueda acoger su perfecto corazón?
Tan suertudo será el hombre
que la salve y con tanta suerte
se quede con tan precioso trofeo hasta la muerte...

Pero ella...

No deja de buscar,
aunque cada día está más sola.

Salvador Bas