jueves, 5 de abril de 2018

El castillo blanco 5 - Colgada de un árbol

*Fantasía doméstica: Subgénero de la fantasía que traslada a sus personajes des del mundo real (casa, doméstico) hacia otro u otros que funcionan con reglas distintas al original. Lo que no es regla es si los mundos son imaginarios o fantásticos, o bien si los personajes vuelven o no...*

Grabado de un árbol grueso ante un bosque oscuro.
Cof y cof. El chasquido del trueno, o más bien de un estornudo agudo despertó los oídos de Katherinne, y la luz entró por sus ojos de nuevo abiertos. Muchas damas victorianas tenían la extraña tendencia a desmayarse cuando la emoción superaba a su cuerpo, y una no sabría decir si aquello era una prueba de una inestimable delicadeza o una vergonzosa muestra de debilidad. Kathe era más bien partidaria de lo segundo, e incontables veces había leído sobre frágiles y encantadoras señoritas que perdían el conocimiento una y otra vez porque se les había escapado el perrito. No, no eran encantadoras. Fuera como fuera, al parecer, ella tuvo que sufrir un desvanecimiento y no era divertido.

Al fin había despertado y recordaba con viveza esos últimos momentos en la oscuridad. En ese preciso instante ya no sabía si tener miedo o dar la bienvenida al dolor y la muerte con los brazos abiertos. Por eso, el estornudo que se le antojó trueno que la devolvió a la movida existencia no la asustó en lo más mínimo. Aparentemente, alguien se convulsionaba a lo lejos con sobrada sonoridad. Fuera lo que fuera, no sonaba amenazador.

Pero, ¿y dónde estaba? Bien podría haber despertado en su cama al lado de su madre que se había entretenido demasiado en su viaje, pero no era así. Los sentidos de Kathe iban despertando, y notó su situación incómoda. Notaba un agarre tenso en algunas de sus extremidades y su cabeza, pero aún se notaba ingrávida y confundida. No veía más que una maraña de cuerdas, y donde estuviera el suelo, no lo adivinaba. O sí. Giró su tez a la derecha y ahí estaba, una regularidad poco interesante aunque deseada... Entonces se dió cuenta que estaba colgada y atada. Un árbol seco era su celador y único compañero. Logró menear de arriba a abajo su brazo derecho y tocar la tierra, pero al intentar mover el otro lo único que logró era balancearse. Estaba unido a su torso. Inclinó otra vez su cabeza lo que pudo para avistar sus piernas. Le costó verlas, ya que una estaba colgando aquí y la otra allá. Quien fuera que la ató lo hizo terriblemente mal. "Esto es como estar, o formar parte de una hamaca rota", dijo probando su voz. Así como estaba, también notaba la humedad de su ropa, probablemente aún mojada por el fango de su aventura anterior dentro de la planta. Se preguntó si aún estaba dentro de ella. Pero, y su propio aspecto? Retales de sus magulladas mangas asomaban de sus ataduras. No sabía muy bien lo que quedaba de su vestido. Necesitaría ropa nueva de todos modos. Por aquel entonces, solamente le restaba quedar colgada y aburrida. Por lo menos no le dolía nada.

Y entonces decidió dejar su autoanálisis de estado para más tarde y observar sus alrededores, como otro ser vivo debería haber pensado mucho antes. La bella luna aún asomaba, dejando ver una aldea de cabañas irregulares. Cinco o seis casas, quizá, situadas en una colina oscura. No veía rastro del castillo blanco. Le pareció que debía de estar en uno de los subniveles de tierra debajo del castillo, que bien podría estar formado de una zona llana con sus secciones circundantes al aire libre. Al intentar mirar arriba no podía distinguir si lo que había sobre ella era una nube que tapaba los astros o una bóveda de roca colosal. Entonces alguien se acercó a verla.

—Rara... rara es... problemas, seguro— soltó distraídamente el ser que se acercaba a cuatro patas— una zagala con un vestido...

Aun sospechando los terribles dolores de cabeza que seguro la muchacha le provocaría, la curiosidad, especialmente por comprender el tipo de tela del vestido de Kathe lo estaba matando. Así, alzó el brazo de uñas puntiagudas y perfectamente barnizadas para pellizcar unas hebras, aunque se topó con un entrecejo fruncido y unas pestañas que casi encerraban del todo dos (ni uno ni tres) iris fogosos que se le antojaron venidos de otro planeta; uno violento y competitivo... ¡Horror! Se hallaba muy propenso a inhalar para soltar un alarido de terror hermosamente ridíc...

—¡Ni te atrevas a tocarme! —rugió Kathe, rompiendo esquemas con su absoluto cambio de genio— ¡No sé quién eres, ni que quieres, pero no te creas que tendría asco de morderte esa uña fea o la nariz!

El alarido, como iba diciendo, corría casi tan veloz como sus patas (esta vez dos) de camino a la villa escopetadas. El resto de su cuerpo iba detrás. Fue un problemático contratiempo impactarse con el otro humanoide que volviendo tranquilo de su granja azada en el hombro, andaba a siguiendo a su vecino, a quien había oído curiosear sobre Kathe. La "zagala" en cuestión los observó de forma más identificativa: Dos figuras raquíticas encorvadas, cabezas rechonchas y orejas puntiagudas. Ambos eran definitivamente no humanos, con sus pieles respectivamente de colores verde y rosa pálido y sus vestidos demasiado llevados. "Duendes, sin duda", pensó, aunque también se le ocurrió que ellos gustarían de tener otra forma de denominarse. Los duendes, pues, volvieron a recibirla tras ponerse al día. Katherinne tenía las armas preparadas, aunque sería pecado ignorar que también se sentía algo avergonzada por su resorte agresivo. El señor de verde, algo más compuesto pero aún miedoso, juntó las manos con los dedos entrecerrados tímidamente y se dedicó a observarla desdeñoso. El otro se llevó las manos a las rodillas y descendió la cabeza más o menos a la altura de Kathe, preparando una sonrisa que levantó sus carrillos a límites sobrehumanos:

—¡Buenas no-noches, chicuela! Ya disculpará usted a mi amigo bobaina por su falta de amistosidad. Creo que te, no, le ha cogido miedo.
—Buenas no-noches —respondió Kathe, asintiendo con la barbilla aún mirando al cielo— no es necesaria la formalidad, pero ya que estás tan deferente, podrías soltarme porque estoy muy mal atada y no muy cómoda.
—No, pero pensé que quedarías bien como espantapájaros —comentó burlonamente el señor verde, lo cual provocó una punzada de ira en la niña. Totalmente encarnada y con una mueca felina, se hallaba a punto de saltarle encima, aunque colgada del revés y atada, resultaba poco práctico. Habría que ser totalmente ignorante para no darse cuenta de lo mucho que el duende la había ofendido, así que el granjero, que no era una mala persona, se llevó el dedo a los labios mientras intentaba recuperar la conversación. Para su desgracia, su vecino metió cucharada.
—Todo son problemas últimamente, y ésta aun serán más. Debiste haberla dejado donde la encontraste.

El señor verde se hallaba a punto de comentar sobre cómo la pureza de Kathe "ensuciaría" el pozo, pero como buen embajador que era, tragó saliva y dijo: —No pasa nada. No es má que una niña. Como tu hija, bobo, que aventurándose aquí y allá terminó donde nunca querría llegar...

—¡Mi hija es un adorable desastre!

Mientras os orejudos caballeros discutían los entresijos de la supuesta hija, Kathe se preguntaba sobre su estatura, ya que estaba segura que una vez de pie, ella misma gozaría de sacarles más de un palmo a ambos adultos. La conversación, sin embargo, no tardó en volver a ella.

—El tributo se acerca y nos moriremos de hambre a este paso —se aquejaba el señor verde—, y ahora tenemos a UNA HUMANA aquí. ¡UNA HUMANA, Amul!
—¿Es tan raro que haya humanos aquí? —preguntó Kathe sorprendiendo a los enfrascados interlocutores.
—Sí y no —respondió el señor rosa, aparentemente llamado Amul, señalando con la mano hacia el techo de roca que debía estar a una gran distancia— esta es una propiedad privada, ¿sabes? Supongo que habrás dezendido de arriba al pozo relajante, pero este pueblo es aún parte del castillo.
—El castillo —comenzó Kathe, muy confusa—. Sí, entiendo, es raro... —entonces puso una cara aún más rara—  Un momento. ¿"Relajante"? ¿Habéis dicho "relajante"? ¡Pensé que me moriría allí!

Se liberaron las risotadas de los duendes, agudas y con cierto tipo de armonía. Por alguna razón Katherinne no pudo evitar sonreírse así como las caras de sus dos captores estaban en ese punto de feria en que lo feo, deforme se vuelve cómico.

—Muchachita, ¿tienes nombre? —preguntó el de verde, cogiendo aire.
—Katherinne.
—Kacerina —volvió con orgullo—. Yo me llamo Ezín. El pozo relajante es uno de los lugares más especiales del pueblo. Su arcilla curativa es muy buena para la piel y el cabello de los trotacavernas, y por lo que veo, para los humanos también...
—Oh, cualquiera lo diría —repuso Kathe intentando parecer sarcástica, aunque recordaba dolores de su nado pringoso anterior que ya no estaban. Parecía ser posible que los duendes fueran buenos boticarios y todo...
—Sí, es una lástima que se nos haya prohibido el uso —añadió Amul con un suspiro.
—A mí me importa un cuerno —espetó Ezín—. Me da igual porque sigo yendo cuando me da la gana.
—Sois malvados y por eso os lo han prohibido —denunció Kathe, empezando a estar harta.
—¡No, nada de eso, muchacha! —negó Ezín.
—Exacto, el pozo es del pueblo —explicó Amul.
—Pero el pueblo es propiedad privada —dijo Kathe, provocando un gruñido por parte de Ezín.
—En el clavo. El pueblo pertenece a la reina, y por tanto el pozo es también suyo.
—¿Y vosotros?¿Sois vasallos?

Ambos trotacavernas respondieron a la vez: Ezín dijo que pagaban tributo, y Amul, en cambio, que pertenecían a la reina.

—¡Entonces sois esclavos! —sentenció Kathe, boquiabierta.
—¡No, no digas esa palabra, niña! —exclamó Amul, de palmos abiertos— No hablamos de eso.
—¡Pero eso no está bien! —remarcó Kathe, provocando que los duendes intercambiaran miradas de tristeza.
—No es de tu incumbersia —dijo Ezín, apenado, dedicándole un ceño fruncido—. Dile eso al Ruin Señor, y verás que te pasa. —Con la cabeza gacha y negando, se dirigió a su compañero, concentrando su agobio— ¡Ay!, ¿qué vamos a hacer? ¡Llegará el Ruin Señor, dirá que el tributo no es suficiente, luego se dará cuenta de la chica esta que ha nadado en la arcilla, nos echará la culpa y luego nos hará rodar por el barranco!
—¿A qué viene tanto griterío por la mañana? —dijo una nueva voz. Al parecer, un nuevo trotacavernas, ataviado bajo una luenga piel de lobo de la cual su cabeza desollada hacía las veces de yelmo dentudo. De piel oscura y maltrecha, parecía ser más anciano, y portaba un bastón tallado de madera noble. Kathe pensó sin duda que era una figura respetuosa, lo cual borró la expresión tranquila de su rostro— Así que la chica ha despertado. Dejadme verla... —Así dijo esto, ambos vecinos le dejaron amplio espacio, así que pudo acercarse a gusto— Ah... Veo que estás bien. ¿Cómo te llamas, joven promesa?
—Mi nombre es Katherinne, señor.
—Katherinne. Me gustaría decir que es un placer, pero corremos tiempos difíciles. Soy un anciano de la villa. Estaba esperando a que te despertaras, dejando que las arcillas hicieran su efecto reparador. Deja que te libere.
—Pero anciano, ¿no deberíamos llevarla al Ruin Señor? —inquirió Amul.

El anciano balbuceó un instante, así como Kathe estiró un brazo, y para sorpresa de todos, la maraña de pupa entró en movimiento y empezó a soltarse toda de golpe, dando a Kathe tiempo a apoyarse sobre su otro brazo, aunque el resto de su cuerpo descendió con poca gracia, provocando un impacto. Kathe era muy lista, pero no tan ágil. En cualquier caso, logró sorprender a sus captores, lo cual era su intención. Se levantó con facilidad, y aunque su cuello estaba adolorido, el resto de su cuerpo se notaba fresco y renovado. Así alzaba la cabeza y la ponía en su sitio, su cabello descendió suave y hermosamente, mecido por la leve brisa. Su vestido estaba roto y maltratado, pero aún aguantaba. En ese momento, alta frente a tres estupefactos duendes, se hallaba imponente.

—C-como iba diciendo —dijo el anciano, saliendo de la estupefacción—, no debe ver al Ruin Señor. Hay otra persona que se encargará mejor de ella.
—Disculpe —intervino Amul— no será mejor que el Ruin Señor...
—No —insistió el anciano—. Katherinne no tiene nada que ver con nuestros problemas. Y nosotros poco tenemos que ver con una humana. Hay alguien mejor, por estos lares, sí.
—¿Pero... quién entonces, señor? —dudó Amul.
—Lo dices como si hubiera más de una opción obvia, Amul. Katherinne irá a ver a la Señora Pencil.

Señora Pencil... No era un nombre que a Kathe le inspirara mucha confianza, aunque, en un mundo tan extraño, ya no podría confiar simplemente en sus instintos...

Imagen: The British Library

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