AVISO TRIGGERS: Terror corporal, sangre
Se reunió el comité de emergencia en el edificio B, capilla interna, clasificada como un cubículo modular, mal iluminado según las regulaciones, pero aún se dice que la oscuridad y el silencio alimentan al espíritu.
El magister repiqueteaba los dedos contra la mesa de rezo y melancolías,
con el labio mordido, mirando a las vidrieras prefabricadas de la sala,
entornadas en un naranja crepitante. La mujer misteriosa de cabellos grises fue
sentada frente a él. Desprovista de su gorra y abrigo de licencia, parecía una
ciudadana corriente.
—¿Estáis seguros que esta es la Srta. Juliette Ravenucci? —inquirió
el magister con tono impaciente—. ¿No se les parece demasiado vulner-
No hubo respuesta audible. Un súbito temblor recorrió el
complejo entero. Las tristes bombillas incandescentes dejaron de hacer su
trabajo.
—Señor —saludó ella—. La Srta. Ravenucci a su servicio.
Supongo. ¿A qué viene el encierro, si puedo pregun-?—Siguió otro temblor,
seguido de susurros y sudores por parte del comité—. ¡Negro vacío! ¡Menuda
noche, señor!
—El universo conspira contra la colonia, hermana. No me
andaré con rodeos. Necesito evacuar a las mentes privilegiadas del complejo, antes
de que el infierno se nos venga encima. Necesitaremos su nave, sin duda.
—¿Mi bajel? Triste desgracia. No tengo suficiente espacio
para todos ustedes. Preferiría terminar mis asuntos aquí y marchando. El calor es
insoportable.
El magister se puso las manos en la cabeza, como cualquier líder
capacitado ante un inminente descenso de la población.
—¿Pero qué se cree usted? Ahórrese su discurso burdo. La mano
de obra extinguible se está amotinando mientras hablamos. ¿No ha oído los
disparos de camino? ¿No siente los temblores acaso?
Juliette no desperdiciaba ni un momento para destapar su
humor espacial. Se ahorró otra broma de peor gusto. Emergencia al tanto.
—Todo va a salir bien, señor Nomeacuerdodesunombre. Pero
quisiera saber, ejem, si no hay navíos camino a la colonia mientras hablamos,
ante tal emergencia. Estarían ustedes todos más seguros un uno de sus buques
insignia.
Los temblores continuaron seguidos de un quejido estructural
del edificio.
—¿Por qué es usted tan inepta? ¿Sabe pilotar su nave,
siquiera? No, nuestros sistemas se toparon con su “bajel” viniendo hacia
nosotros justo después de desatarse esta debacle. Es imperativo que nos permita
embarcar. Está usted delante del personal más imprescindible del Priorato en el
distrito. ¿Entiende mi idioma? ¿Necesita una pastilla?
—Caballero, no es necesario que alce tanto la voz. Tenemos
buena acústica aquí. Les puedo sacar de este infierno, sin duda. Pero hay mucha
gente en este astro…
—Cuando lleguen nuestras naves se encargarán de rescatarles.
No se preocupe, son personal prescindible.
Juliette se mordió la uña. Se preguntó por qué no había nada
que firmar, con tanto protocolo. Seguían los sismos. Una luz volvió. Una de las
estatuas religiosas del cubículo amenazaba por caerse encima de un anciano
bajito. Desde el pasillo venían gritos e improperios.
—Bien, dadas las circunstancias —dijo Juliette— tengo que ayudarles.
Tendremos que discutir las condiciones a bordo.
—Estupendo. Lo que no sé es si contar con usted como pilota.
A qué venía usted, Ravenucci, a-
Alguien clamaba a los dioses en el pasillo, o desde la
ventana. Acompañaban disparos y casquillos rebotando por el suelo. Una de las
vidrieras se destrozó mientras se abría la puerta anterior. Una señora guardia
emergió con su rifle, con el vientre al aire, hecho un flan sanguinolento.
—¿Lo han visto? —bufó así le fallaban el aliento y las
piernas—. Ah... So-soles…ayuda.
La buena guardia feneció ante los presentes. Juliette se
levantó de la silla, pero el magister la cogió de la mano. Juliette iba a arrearle
un tremendo guantazo, pero un amasijo oscuro cruzó el aire, como una centella, justo
detrás del magister.
—Usted no va a ninguna parte sin mí —declaró el magister—. No
ponga esa cara, no le voy a…
—Eien, estás aquí… —musitó ella, de pronto, en un tono
febril.
Los presentes, también habían visto la presencia misteriosa.
Entonces, una extremidad de carne rosada apareció abrazando el cuello impoluto
del magister. Con endiablada fuerza, tiró, haciéndolo desaparecer debajo de la
mesa. La cabeza del magister abolló el suelo modular barato de la sala.
—Eien… ¿Por qué esto ahora? —preguntó Ravenicci por encima
de las voces alertadas de los presentes.
La criatura se deslizó por la sala, atrapando al señor
bajito y a su señora con sus inusitados miembros. La muerte les venía deprisa. El
resto de los imprescindibles cayeron en sumisa desesperación. Varios se aferraban
a las paredes. Otros huían a trompazos por el marco de la puerta. Uno buscaba la
ventana. Otro, tan confuso, apuntó a Juliette con un pistolón dorado de marca.
—Lo siento —dijo Juliette.
El individuo se llevo las manos a los ojos, sin soltar la
pistola y gritó envuelto en la agonía. La pistola se disparó, hiriéndolo cerca
del cuello. Se desplomó, vivo aún, camino a un lento fin. Los imprescindibles no se entretuvieron en abandonar la sala, física o metafóricamente.
Con la mirada clavada en la criatura, Juliette dio medio
paso atrás, topándose con la mesa. La criatura saltó, entrando por la primera
anchura que encontró en su ropa: la manga de su camisa. Algo cayó al suelo.
Juliette respiró profundo, mientras Eien se ponía cómoda. Dos tentáculos le
subieron por la nuca, interfiriendo en el sistema nervioso de Juliette.
Eien le dio una visión. Juliette sintió y sufrió un mar de
penas en un instante desde los ojos de un hombre. Insultos. Señores con traje. La
cerradura de una habitación claustrofóbica. Señores con uniforme. Tratamiento indigno.
Señores compañeros de prisión. Improperios. Una plancha de metal al rojo vivo
contra su piel. Tortura. Pérdida del juicio. El viento succionador de la
muerte.
Y de nuevo, volvió a la sala en la que estaba, con la sensación
extraña pero cómoda de tener a Eien como copiloto de su propio cuerpo. Un
tentáculo delante de ella le puso un objeto pálido frente a su mirada: la
calavera del hombre al que había visionado.
—Mark… —susurró, acariciando el cráneo con cariño—. Mark…nos
ha dejado. Lo siento, Eien… Por sus creencias... lo habrán matado.
Eien dio un estímulo mental a Juliette para se lo quitara de
la cabeza y se percatara de lo que había en el suelo. Un rifle de acero, madera
y latón.
—Gracias por pensar en mí, Eien —dijo Ravenicci, empuñando
su arma—. Supongo que no nos queda nada que hacer aquí.
Sin perder más tiempo, la señorita y su compañera viscosa se
dieron a la fuga, saltando entre guardias muertos. Al salir del edificio,
Juliette se dio cuenta del pintoresco estado de la colonia. Bajo ella misma se
dibujaban una serie de estructuras de metal montadas en la ladera de una
montaña, formando una suerte de aldea. Una construcción relativamente común
hasta este punto, dado que se trataba de una colonia minera en un asteroide. El
problema, relacionado con la señal de emergencia que el asteroide llevaba
emitiendo durante días, era que la capa superior del astro se había abierto,
provocando una serie de piroclastos. Parte de la colonia, sacudida por
terremotos, yacía en una fosa de material fundido, como chatarra fundiéndose en
una planta de reciclaje. Desde allí arriba donde estaba, Juliette no exageraba:
el calor era insoportable. Más abajo insurgentes y guardias competían por sus
vidas en un campo de batalla infernal, uno en que ni siquiera el suelo era de
fiar.
Juliette los maldijo y prosiguió hacia la plataforma de
despegue, donde le esperaba su bajel. Al terminar de subir las escaleras, se
topó con los imprescindibles supervivientes, aferrados en tropel a una
barandilla por algún motivo. Justo delante de ellos, la razón: un grupo de amotinados
con armas, con la cariñosa intención de hacerlos saltar. Juliette dio un tiro
de aviso.
—¿Quién eres tú? —preguntó el cabecilla, con los ojos como
platos. No debía esperarse ver a alguien del calibre de la señorita Ravenicci.
—Juliette. Capitana de ese bajel que veis ahí arriba
—contestó Juliette, bajando el arma.
Eien le mandó otra señal. Juliette gruñó.
—Entiendo —añadió.
Levantó el brazo para estrecharle la mano al cabecilla, cuando
de repente unos furiosos tentáculos emergieron de su manga, y con ellos, Eien
entera. Con mano experta, Juliette abrió fuego, hiriendo a dos o tres y se
lanzó a la carrera, arriba, mientras el resto lanzaban gritos de terror. No
habría más distracciones.
En breve, Eien volaba, o bien parecía flotar cerca de su
compañera, ya a pocos metros de la plataforma, donde la el bajel las esperaba,
cerrado con llave. Eien se estrujó cerca de su compañera lista para ocupar su
sitio de siempre, cuando un chispa fogueó en el pecho de Juliette. Juliette
disparó en réplica a quien fuera que le había atacado, pero falló. Era otra
guardia.
—¡Para!, por lo que más quieras, ¡no me dispares! —pidió la
susodicha, tirándose de espaldas al
suelo como una niña indefensa.
—¡Sois unos cobardes asquerosos! —le gritó Juliette, entre
otros insultos poco propios de ella, mientras se daba cuenta de la quemadura de
su camisa, y que estaba mojada. Mojada de sangre de alienígena. Eien.
Eien estaba desplomada justo detrás de ella, como un globo
de agua triste.
—Por favor. No quiero saber nada. Déjame huir en tu barco. ¡Te
lo ruego!
Juliette dio dos zancadas hacia la mujer, con los ojos en
cerca de blanco. La señora guardia aferró su arma, con expresión truncada. Dos
tentáculos surgieron detrás de Juliette, más rápidos que la misma, arrancando el
rifle de la guardia. El arma tembló, y se partió en dos estacas. De pronto, la
guardia se vio con dos mitades de su rifle clavadas en las entrañas.
Los tentáculos retrocedieron erráticamente de vuelta a su
cuerpo. Juliette se apresuró a recoger a la masa gelatinosa de Eien y se abrió
camino a la gloria, su bajel, el de ellas dos.
La nave respondió. Con calma, pero respondió, como siempre. En
su ascenso, tuvo que atravesar varios aros que la guiaban a un túnel, camino a
la parte más alta del complejo, una plataforma de mantenimiento donde la gravedad
artificial hacía menos efecto. En dicha zona, Juliette y su nave se toparon con
otro tropel de individuos, que una vez vieron el morro del aparato asomar, saltaron
encima. Uno de ellos incluso tuvo el descaro de plantarse encima del parabrisas.
A través veía a Juliette sacándole un puño.
La pilota inclinó la nave hacia la plataforma de mantenimiento,
de donde habían saltado los tipos. Había una docena más allí, guardias y
trabajadores mezclados, impacientes por ver si sus compañeros lograban aferrarse
a la nave. Sin embargo, ninguno de ellos tenía posibilidades de entrar.
Juliette lo sabía con certeza, y ellos probablemente también.
Juliette Ravenucci suspiró. Acariciando de los controles
auxiliares del aparato, se aferró a una palanca. Mirando al tipo desesperado
que colgaba de su parabrisas, señaló hacia sus compañeros de la plataforma y
pulsó el botón.
Los empleados desaparecieron en un estallido justo después
que Juliette disparara a un tanque de combustible.
El bajel de Ravenucci y Eien trazó una estela verdosa en una pirueta serpenteante, camino a tierras más afortunadas.
Este relato es una participación al reto de escritura creativa OrigiReto 2020, que consiste en la publicación de relatos mensuales durante el año 2020. Esta entrada cuenta como el relato de septiembre.
Bases:
En el blog de @Stiby2
En el blog de Katty Cool @Musajue
Objetivos completados en este relato (7op obtenidos):
( 3op) Objetivo principal. Escribir un relato de entre 500 y 2020 palabras incluyendo un objetivo principal (Obligatorio): 10- Crea una historia que involucre un volcán o cataclismo.
(+1op) Objetivo secundario 2. Incluir un objetivo de la lista de objetivos secundarios “Criaturas del camino”: VIII.
Alienígenas
(+1op) Milpalabrista. Si tu relato llega a 1000 palabras: 1849.
(+1op) Incluir un objeto oculto: Combustible.
(+1op) Incluir otro objeto oculto: Una estaca.
(10op máximos en total por relato.)